domingo, 4 de diciembre de 2011

asma

Los días se repetían, impúdicos. El miércoles no ponía ningún reparo en ser tan igual al martes como dos gotas de agua puedan parecer al ojo inexperto. Era casi como el machacar de un amante aburrido con su hembra igualmente domada por el tedio.
El calor lo hacía todo mucho peor. Lo pringoso y húmedo del clima típico de esta ciudad volvía al tiempo un pegote desagradable, nauseabudo, lleno de todas las podredumbres que podría arrastrar el riachuelo. Eso sí, con la textura de la melaza.

Así estaba, con los pulmones llenos de pegote y apenas pudiendo expulsar el aire. Podría tranquilamente forzar su salida con un par de inhalaciones de corticoides. El puff a mano, por las dudas... pero sabiendo que no es sólo asma, no tendría mucho sentido.

Apagó la luz. Le pulsaba en las sienes y ya no era tolerable. Sus ojos se acostumbraron pronto a la oscuridad, los contornos de las cosas se volvieron tonos de azul, todo su ser cobró algo de felino agazapado.

La avenida regalaba bocinazos y arrancones, todavía. El ascensor iba y venía, sin parar en su piso. Alguien veía un noticiero. El aire ya no era melaza: había ascendido a alquitrán.

Finalmente, el ascensor paró y la vieja puerta de rejas se abrió despacio. Los pasos trastabillaron en el pasillo. Su corazón le dijo con una punzada que no quería estar allí, que llegaba obligado, que se fije en los detalles. Otra punzada y ya casi no había más aire para respirar, todo era arena.

Se abrió la puerta y entró el hombre con su traje de oficinista berreta. Prendió la luz desaprensivamente. Las sienes de la mujer se comprimieron. El hombre se acercó a saludarla cansinamente.

Ella encontró un dejo de aire al final del abismo, se paró, sonrió y preguntó "¿Qué querés que haga de cenar?" Una gota gélida resbaló por su nuca cuando se dio cuenta que había una pistola apoyándose contra su vientre.

EvaLilith
2011

viernes, 18 de noviembre de 2011

Ya fue. En el momento en que empiezo a escuchar canciones cursis en la compu me doy cuenta que va a ser mejor que me aleje, que recuerde por dónde pasa la realidad, que deje de buscar las huellas de lo que no existe y simplemente me resigne a mi soledad, a las pulgas que recorren la casa que son las únicas que quieren treparse por mis piernas, a la pila de platos por guardar ordenadamente y al tiempo que se me escapa irremisiblemente. Tiempo, escapa e irremisiblemente son tres palabras que cuadran bien juntas. Ese cuadrar es doloroso, pero correcto. Afuera, a unos minutos de acá, unas magnolias están florecidas. Me enternece la sobredimensión suya, ese tímido asomarse que pareciera reclamar la delicadeza propia de flores de un décimo de su tamaño.
Sí, ya fue. Y voy a apagar esta máquina chupa-alma, como diría mi hermana, para no pensar que en vez de mandar a dormir el nene y quedarme haciendo zapping podría estar tomándome un café con alguien. Especialmente cuando es un alguien muy determinado y no cualquier alguien. Especialmente cuando las decepciones se acumulan y tengo ganas de romper, de gritar, y al mismo tiempo sé que hubiera preferido un abrazo. Ya ni sé qué posteo. Cometí el error de pasarme los dedos con los que hace un rato piqué chile por los ojos. Ya no sé si son lágrimas de angustia o culpa del chile. Mejor dejo que la responsabilidad caiga en el picante. Siempre es más segura la relación directa entre la capsaina y los ojos llorosos.

lunes, 31 de octubre de 2011

Paso a paso. Desgastando frágiles tacones hasta dejar su hueso de metal a la vista. Paso a paso. Sintiendo cómo la tela va cortando mi piel, mientras me pregunto por qué lo que antes me acompañaba ahora trae todos los improperios que recuerdo a mi garganta.
Hoy hubiera sido un buen día para ir a bailar tango, pero no. Los zapatos se me rebelaron y no me dejan dar un paso más.
Una parte de mí esperaba encontrar al tipo desgarbado, fumándose un cigarrillo en la puerta de casa y ofreciéndose a descalzarme y curar mis heridas devotamente.
En este momento, odio a esa parte de mí. La voy a callar contra la almohada.

miércoles, 26 de octubre de 2011

lunes, 24 de octubre de 2011

¿Y ahora?

¿Ahora cómo sigue ésto? Sentirme un desastre, buscar pedazos de mi autoestima por el camino, luchando mientras para no caer en el resentimiento. Ardua lucha, si las hay.
Sigue por los múltiples caminos de la soledad, que tan bien conozco.
Un poco de virtualidad, un poco de tango, un poco de encierro, un mucho de recorrer sola las calles de Bs. As.
No hay demasiada diferencia, si me lo pienso bien.
Sigue acallando diálogos internos, usando una fuerza de voluntad que me hubiera gustado emplear en otras cosas. Noches de insomnio intentando meditar, deshidratándome por los ojos.
Tampoco hay demasiada diferencia, si me lo pienso bien.
Es decir, sigue como hasta ahora, pero con una ilusión muerta más. De todas las posibilidades, asumir cuál es la única que tiene consistencia de realidad.
Y todo el trabajo de convencerme a mí misma que, en algún momento, voy a dejar de equivocarme y al menos por un rato me va a hacer compañía en serio alguien que no esté ligado por el árbol genealógico sino por lazos creados entre los dos.




EvaLilith
2011

lunes, 17 de octubre de 2011

Haciendo alquimia en la cocina de casa, haciendo alquimia en la cocina de mi mente. Suficiente nigredo para mí, es hora de buscar los colores. Tengo todo el tiempo del mundo, morir intentándolo es mejor que haberme quedado siempre quieta.
Aunque le dé vueltas a las mismas cosas, aunque sienta siempre que no tengo TIEMPOOO (sí, aullando como Ian) porque la parca está detrás y por ahí me viene a segar antes de haber echado siquiera una espiga verde.

Pero la Parca es mi amiga. Me corre nomás para que tome impulso.

domingo, 9 de octubre de 2011




"Your faith was strong but you needed proof
You saw her bathing on the roof
Her beauty in the moonlight overthrew you
She tied you to a kitchen chair
She broke your throne, and she cut your hair
And from your lips she drew the Hallelujah"




"Confundí con estrellas las luces de neón"


Creo que no tengo que agregarle nada a la letra. Qué domingo tan triste...



viernes, 23 de septiembre de 2011

Plagiando

Una estrella,
dos estrellas,
tres estrellas caen en la noche.

Un deseo,
dos deseos,
tres deseos son murmurados con los ojos en alto.

Un beso,
dos besos,
tres besos son soplados al viento por las muchas mujeres que puedo ser.

Un cuento,
dos cuentos,
tres cuentos que contar cual Scherezada al Sultán.

Un camino,
dos caminos,
tres caminos que tomar.

Una puerta,
dos puertas,
tres puertas para siempre cerradas tras de mí.


EvaLilith
2011

viernes, 9 de septiembre de 2011

Viernes por fin



La semana había sido, como de costumbre, una sucesión de corridas de acá, para allá, de trabajo, de aburrimiento, de proyectos propios para los que el tiempo escaseaba.

Salir a las 19 del centro fue poco menos que la definición de aturdimiento. Gente, más gente, apretados, apiñados, sudorosos, masticando algunos, fumando otros. Un rebaño humano en el subte, otro rebaño humano en el tren. Caminar interminables cuadras en tacos altos hasta casa, hacer las compras para la cena, hacer un esfuerzo más para que los pasos suenen cantarines entre las veredas rotas del barrio.

Llegando a casa, una silueta masculina sentada con las rodillas recogidas en la puerta. Estaba oscuro, tardé en reconocerlo... un segundo menos que en sentir el estremecimiento que siempre acompañaba su vista o su recuerdo. Le pasé por el frente sin mirarlo casi, y desde dentro de casa lo invité a pasar.

Mi casa estaba vacía, completamente a oscuras. Yo no daba más del cansancio, dejé las bolsas en la cocina, guardé lo necesario en la heladera y me desplomé en el sillón, frente a la tele.
Él se acomodó en silencio a mi lado. Yo hice un poco más de zapping hasta encontrar una película que me agradaba para ver. Estaban dando Before Sunset. Excelente.

Le acaricié el rostro suavemente, y le indiqué para que se acomode ovillándose a mis pies. Quería despatarrarme en el sillón. Él entendió inmediatamente, y con mucho cuidado se arrodilló frente a mí. Callado, levantó la falda y bajó el coulotte de encaje que llevaba puesto. Con cuidado, sin quitarme los peep toes, me lo quitó. Entonces, acomodé piernas y tacos sobre su espalda, y simplemente me entregué a lo que su lengua jugaba entre mis piernas.

La larga falda negra cubría su cabeza casi totalmente. Yo sentía que estaba pasando mucho calor, sentía sus gotas de sudor resbalar entre mis muslos. Pero no importaba. El placer que me estaba dando hacía que mis talones se le clavaran en la cintura, patalearan un poco sobre su amplia espalda. Cambiaba el ritmo suavemente, muy atento a mi respiración y a los movimientos de los labios que seguía besando. Se ayudaba con las manos, para llevarme cada vez más lejos del cansancio, del hastío, de la bronca. Acabé una vez, inundándole la boca, pero eso no lo detuvo. Encontró otra vía para seguir teniendo a mi cuerpo en vilo, bloqueando a mi mente, que sólo podía mantenerlo ahí atrapado con mis rodillas, con mis pies golpeándolo, con la furia del placer. Una segunda y una tercera y creo que paré de contar ahí.
Lo sujeté del pelo, corrí su cabeza hacia atrás, haciendo que se vuelva a arrodillar en el piso. Le pedí que me quitara los zapatos, y una vez que hubiera hecho esto, con sus manos temblorosas, transpirado, agotado, lo puse con la frente tocando las frías baldosas.

Y volví a despatarrarme en el sillón, a ver el final de la película, que me encanta.

EvaLilith
2011


jueves, 8 de septiembre de 2011

Lentos y lentas

Cuando yo estaba en la escuela primaria, los lentos ya estaban francamente en extinción. No porque dejaran de ser rentables, de hecho, lentos y canciones melosas hubo y habrá siempre, sino porque en los boliches las tandas de lentos para bailar apretados y sudados estaban siendo abandonadas.


Pero, en los bailes de primaria la cosa era bien diferente.

Es más, casi todas las chicas estaban esperando ese momento, y los chicos... bueno, estaba dividido entre los que consideraban que la mejor forma de pasar un baile era transando con la chica que les gustara, y los que consideraban que lo mejor era armar un picadito con una latita abollada.


El DJ que se contrataba en la 12, era un chico de unos 19 años con verdes y espectaculares ojos. Nos tenía a todas estúpidas de lo lindo que era. Se ubicaba sobre el escenario del SUM y ahí ponía sus mesas. Las chicas se peleaban por subirse a bailar ahí.


La noche bailable propiamente dicha empezaba, invariablemente, con Start me up de los Rolling Stones. Luego de tandas variadas de cumbia, meneaítos y demases, llegaban por fin los acordes inolvidables de Don't Cry o alguna de Bon Jovi (Always creo que era mi preferida). Y las chicas empezábamos con las miradas perdidas bajo la luz ultravioleta, viendo quién nos invitaría a bailar. Los ojos se dirigían, más que nada, a un par de morochos cancheritos con menos seso que un ratón. No tenían muy buen gusto mis compañeras, la verdad.


Las parejas en la pista, bailaban tomados casi de las presillas de los pantalones. Al menos, hasta entrar en confianza y decidir irse a un lugar un poco más apartado para comenzar el intercambio de saliva.


Mi mirada, en cambio, estaba lejos. No estaba allí. El chico que me gustaba en la primaria, nunca, pero jamás, fue a un baile. Siempre me las ingeniaba para preguntar, en grupo, cosa de no levantar sospechas, si iría. Siempre contestaba "puede ser".


Entonces, yo allá iba, contenta de poder mostrarme sin el horroroso delantal blanco. Mal arreglada, pareciendo mucho mayor, insegura, incómoda. Una flor de pelotuda era en esa época. Ahora, por lo menos, soy pelotuda a secas.


Invariablemente, esperaba. E invariablemente el pibe nunca aparecía. Así que, durante los lentos (lentos que nadie me invitaba a compartir), yo soñaba despierta con esos ojos enormes, del color del tiempo, que hacían que le perdone hasta el hecho de ser rubio.

Nunca le dije que me gustaba. Jamás se enteraron mis compañeros de curso.


No está de más aclarar que tampoco me invitaban otros a bailar. En la primaria, yo había perdido mi nombre para pasar a ser "Gorda puta" (ya hubiera querido eso), "Gorda botona" (Acusamiento infundado, ya que la botonería no está entre mis vicios), "Gorda chupamedias" (Nuevamente infundado, no soy obsecuente) y así.


De modo que, durante los lentos, me dedicaba a hacer de terapeuta a todas las que quedaban consternadas porque el que les gustaba había invitado a otra.


Con el cambio a la secundaria no hubo mucho cambio. No había dinero para salidas, y yo estaba tal como la canción de Zambayonny muy bien describe: "incogible".


Luego, descubrí el tango. Y ahí el bailar pegado se transformó en magia.


Y los lentos quedaron guardados en el cajón de los recuerdos. No bailo uno desde mis 14 años. Alguna vez, como un acto de psicomagia, me gustaría desempolvarlos, bailarme unos desnuda y terminarlos de la mejor forma...




jueves, 1 de septiembre de 2011

Fito, te quedaste corto.

Viajaba en un 59, de Constitución a Retiro. Hora pico, colectivo lleno. Compartiendo uno de los asientos delanteros, había dos chicos, claramente, en situación de calle. Uno tenía unos 12 años, y el otro, una edad indefinible entre 6 y 8. Llevaban dos bolsas de consorcio repletas con lo que parecía ser ropa.

Junto conmigo subió un señor enyesado que conocía al mayorcito. Le ofrecieron sentarse, pero el señor lo rechazó. Ahí empezaron a hablar y pude enterarme de a retazos la historia.

Ellos pedían y vivían en la estación constitución. Estaban yendo a Retiro, porque allí, en teoría, a las 5, llegaría la mamá del más chico.

Ahí, el nenito empezó a contar que era de San Juan, que antes de Constitución vivía con la tía en Suárez, pero que la tía pegaba mucho. Especialmente, si no juntaba lo suficiente. Pegaba tanto que el más grande se asustó y ofreció a cuidarla. Sí, cuidarla. Era una nena, a la que, para minimizar los riesgos de abusos, su "padrino" había cortado el pelo y vestido como hombrecito.

Tenía mucha ilusión de volver a su casa. Les había costado mucho ubicar a la madre, contarle toda la historia, convencerla que realmente la tía era una pesadilla, que no era que la nena se portara mal, sino que no le estaban dando comida, no la estaban dejando ir a la escuela, etc.

El mayor, entre la narración al señor y pedidos de que se quede quieta, le decía a su protegida: "En tu casa vas a ir a la escuela, vas a ayudar a tu mamá con tus hermanitos y vas a estar bien, vas a poder jugar". La menor soñaba con esa vuelta a casa, a mamá, a esa misma casa que la había expulsado.

Y mandado lejos.

Llegamos a retiro, apenas podían con las bolsas, pero el señor enyesado les dio una mano. No pude ver, y jamás me enteraré, si la madre de la menor los estaba esperando realmente. Jamás me enteré si llegaron a una casa.

La duda que me quedará es si esa casa en San Juan era realmente un hogar, o si esa nena aprendió en la calle, por los cuidados que un nene apenas más grande que ella le dio, así, como pudo, para que el horror del desamparo sea menor horroroso.



EvaLilith
2011

martes, 30 de agosto de 2011

Hola... ¿enfermera?

- Las minas se quedan, al final de cuentas, con el que las coge bien -me dijo, mientras se prendía un cigarrillo y me alcanzaba un mate amargo. Ahí entendí que lo que le dolía no era la pérdida de su compañera, la desintegración de sus sueños comunes, sino que hubiera un tipo que fuera mejor que él en la cama.
- Encima es medio puto, hace cosas raras, le gusta que ella lo penetre... dónde me deja eso a mí?

Intenté mantener una cara neutra. Le devolví el mate.
- ¿Cómo te enteraste de eso?
- Me lo dijo ella, pero ya me habían comentado cosas otras personas que lo conocen. Vos viste cómo es esto, en el ambiente se sabe todo y yo lo conozco. A la semana. A la semana me reemplazó con ese afeminado. No sé, no lo entiendo. O sea, es medio puto!

La cara neutra se me fue un poco bastante al carajo.
- Mirá, el punto G de los hombres está por esos lados. La sexualidad es muy amplia, podés aprovechar para explorar de qué se trata. No por ella, por vos.
- ¿Qué? No, salí de acá con esas ideas raras. A mí no me tocan por esos lados. Yo soy bien macho.

Mi cara ya era, directamente, fastidio. Tanto hablar de su ex y la pareja... pensé en proponerle un encuentro swinger, pero me pareció una forma demasiado agresiva de expresar que ya había tenido suficiente de hurgar en asuntos que no me tocaban en lo más mínimo.

Empezaba a enojarme, y bastante. ¿Cómo podía ser que el tipo no aprovechara la tarde que tenía para pasar con él? Estaba bien en un principio, cuando la separación estaba todavía muy sangrante. Pero habiendo pasado ya tantos meses, no le veía necesidad a ese desperdicio de tiempo, de besos, de piel.

En cambio, me vestí, con una ropa que me daba un aire equívoco a enfermera. No suelo usar prendas blancas. Aferrada a un apuro inexistente, le pedí que bajara a abrirme. Está bien jugar a la enfermera un rato, pero ¿terapia gratis?, no, de ninguna forma, no quería ponerme en ese rol.
Volví tranquila a casa, cantando canciones de Sabina por la calle. Muy insatisfecha, pero con ese alivio de los asuntos terminados.

En el camino, me resonaba la frase. Las minas... ¿realmente nos quedamos con el que nos coge bien? ¿O sería más exacto decir que nos quedamos con el que nos da placer, en todos sus aspectos?
Revisé mi historia personal. Está bien, yo admito que para mí, el buen sexo es fundamental. Entenderme con el otro en esa comunicación no verbal, es precioso. Y poder hablar libremente, experimentar, y demases... todavía más. Estaba, dentro de los casos que yo podía manejar, el terrible problema que yo no me quedo con nadie. Es decir, ni siquiera en las escasas relaciones de más de 6 meses que tuve (creo que fueron 2) elegí quedarme. Siempre estoy moviéndome, figurita repetida no completa el álbum.
Bueno, hay alguna excepción. Ahora, en un permanente combate, estoy eligiendo quedarme. Pero no sé si cuenta mucho el caso, porque elegí quedarme ANTES de haber tenido sexo. Así no sirve para la estadística. 

Llegando a casa, hablé con un par de amigas. Y los resultados fueron muy contradictorios. En relaciones ponzoñosas, el sexo entendido como "bueno" era un ingrediente fundamental. Pero luego de un proceso interno, y de un par de amantes buenos en serio, las que habían pasado por eso se daban cuenta que en realidad, no era tan bueno el sexo enfermizo. Porque el respeto por el otro y sus particularidades es un ingrediente fundamental (en algunos casos más difícil de ver) para el buen sexo, para el sexo libre, festivo, loco, liberador, comunicativo, etc. 

Pasé casi dos años pensando que había encontrado al mejor amante posible. Unos cuantos muchachos después, encontré una clave que antes me había pasado desapercibida: cuanto menos prejuicios de género hay, menos ideas preconcebidas sobre roles, sobre lo que es una "buena chica" se tienen, mejor. No importa la técnica, el aguante, la experiencia: si el trasfondo implica algún tipo de prejuicio negativo sobre el tema, se nota. Hasta diría que ni siquiera un lazo afectivo puede cubrir estas grietas. 
Obviamente que no descubrí Roma. 
Obviamente que tengo que admitir que no podría quedarme con alguien que no me diera (y a quien no diera) el más delicioso de los placeres. 

Pero entendiendo la trampa triste en que ese amante se había metido por su forma de pensar, por qué y cómo le dolía, pude evadir la trampa del rencor (que es una en la que caigo seguido), y, especialmente, de la trampa triste de pensar que puedo ser yo la que llegue a la vida de nadie a romperle los prejuicios. 
Ya estuve ahí, y no se lo recomiendo a nadie... pocas cosas son más duras de quebrar sin terminar una quebrada.


EvaLilith
2011

jueves, 25 de agosto de 2011

Cuarto Menguante/Te recuerdo, Amanda.




Dos letras bellísimas. Simples, despojadas, algo cursi la primera, devastadora la segunda. La mujer con los ojos de cuarto menguante, quizás esa Amanda que quedó prematuramente viuda. Quizás todas las Amandas.

¿Somos todos iguales en el amor y en la guerra? Yo sé que no he sentido el mismo amor por nadie... y sé que muchas veces me cuesta explicar qué es para mí querer a alguien. Se hacen tantas cosas en nombre del amor, tantas atrocidades cometemos el uno con el otro. ¿Somos todos iguales en el amor y en la guerra? ¿Nos criamos para sentir de una forma una cosa y otra?

jueves, 18 de agosto de 2011

Hoy estoy un paso más allá del dolor, pasando un hermoso nigredo y disfrutándolo lo más que pueda en el medio.

Ayer por la noche, en cambio, me pasó por primera vez en más de 10 años que realmente deseé morir. No suicidarme, no podría hacerle eso a mi hijo. Morir sería diferente. Simple para mí: chau conciencia y se acabó.

Me ahorro cualquier dificultad, me olvido de intentar crecer o cambiar, renuncio a intentar hacer algo con mi breve, efímera e insignificante existencia. Total, hasta el día no es que esté haciendo mucho y no creo que pueda cambiar eso de momento. Adios toda preocupación, adios toda angustia, adios todo mí. De una vez y por siempre, no como las drogas (legales y de las otras) que sólo tendrían un efecto parcial y breve en el tiempo (y nefastas consecuencias para el resto del existir).

Para colmo, por fuera de mi familia y un par de honrosas excepciones, los píxeles que haya modulado parecen más relevantes o queribles para otros que la que realmente soy. Ese es un golpe demasiado duro para mi trastabillante autoestima de los últimos meses.

Quizás deba morir mi yo virtual. A esa puedo matarla sin culpas ni inconvenientes legales. No más espejo de los deseos de los demás. No más virtualidad suave, amable o terrible, pero irreal entre las irrealidades. No más alter ego adorado u detestado, pero nunca pasado de largo. Volver a mí, terminar de liquidarme en la monotonía y listo.

Lo consultaré con la almohada si por la noche el sueño se digna hacerme compañía, porque hasta él me rehúye cuando estoy así.


martes, 16 de agosto de 2011

Quisiera vivir todas las vidas en mi vida. Sufrir todos los dolores, gozar todos los placeres. Quisiera ser hombre, planta, mineral, animal, y todos los estadios intermedios. Es por eso por lo que una vez por semana me dispongo a ir al espacio donde puedo jugarlo todo, vivirlo todo.
Aunque sea un espacio seguro, un intermedio entre mi mera imaginación y la realidad, todavía no termino de animarme. Quizás porque actuar es una forma también de conjurar mi miedo a la locura y a la estupidez (miedo que no quita que sea algo loca y muy estúpida).
Pero así, jugando a las miles de historias posibles e imposibles, de a poco aprendo. Aprendo los arquetipos, aprendo los roles, lo que se repite de humano en humano (eso mismo que está escrito en el Tarot). Así es que me entiendo un poco más a mí misma y a muchos otros.
Siempre fui una descarada, una de las metiches que observan atentamente en la calle a los personajes que muestra el entorno. Los distintos lenguajes de lo no verbal, cómo el cuerpo expresa, cómo cada mina y cada tipo en el subte es una historia nueva. Ahora, tengo una excusa más para seguir siéndolo.

Este post es breve. Tenía ganas de agradecer, simplemente, a las máscaras que puedo poner y quitar a mi antojo. Eventualmente, aprenderé a controlar las otras.

jueves, 11 de agosto de 2011


Acariciaba mi espalda suavemente, con las yemas de los dedos, estremeciendo a mi piel aún humedecida por el pasado reciente del contacto. Su mano llegó a mi pelo, lo enredó y desenredó, con la calma del deseo saciado.




"Lo que me encanta de vos es que te resbala todo", susurró.

Me aparté un poco para poder ver bien a mi última adquisición y, revoleándole directo al pecho la remera que acababa de romperme, me reí: "No es tan así".



Creo que se pensó que les estaba haciendo una broma. Me alcanzó en la otra punta de la cama, sujetándome ambas muñecas y besándome el cuello, volvió a enrollarme sobre su pecho. Me pidió un abrazo y volvió a acariciarme suave.

"En qué pensás?"

"En nada"- mentí.

"Dale..."

"En el morocho hermoso que me acaba de despeinar toda, entre otras cosas"

Sí, el tipo estaba acostumbrado a los cumplidos... sonrió y me dejó sola con mis pensamientos, cobijada por su pecho y con su largo pelo haciéndome cosquillas.



Podría haber dicho que me resbalan las cosas cuando no me importa mucho el que me acompañe. Podría haberle dicho, también, que en realidad aprendí a que en ciertos casos me resbalen a fin de protegerme. Un caparazón duro, lustroso, donde el resto se vea reflejado y yo pueda guarecerme sin miedo.



En ese momento me preguntó si estaba enamorada o saliendo con alguien. Pensé, como desde hacía ya varios meses, en el esquivo, en ese que no iba a tener tan rendido entre mis brazos. Sentí una oleada de amargura y me encerré en el baño con el pretexto de una ducha.



Lo bueno de tener oleadas de amarguras en el mismo cuarto con un morocho fueguino es que se tiene a mano la mejor forma de dejarlas pasar. En mis manos, en las suyas, en su lengua, en su sexo, en sus piernas torneadas cuidadosamente. Agradecí que se metiera sin pedir permiso en la ducha a enjabonarme y regalarme otras delicias. Pero, una vez secos ambos, dije algo sobre la hora y ofrecí llamarle un taxi.



Eva Lilith

2011

martes, 9 de agosto de 2011

Adela

Como siempre que podía sentarse, venía amodorrada en el subte. Casi dormida, los ojos húmedos, la mente tratando de silenciarse. Sintió una leve presión en la rodilla, un nene le había dejado unas hebillas. Lo miró con atención ir repartiendo el paquetito por el vagón. Descalzo. En invierno. La ropa rota y sucia, como la cara. La expresión del que hace mucho que hace lo mismo. La soledad.

Como siempre que veía algo así, las lágrimas le brotaron solas. Puta madre, pensaba, podría ser mi hijo. Puta madre, por qué no podré llevármelo a casa, bañarlo, darle una cena caliente y que mañana en vez de venir a patear el subte vaya a la escuela.

Era una idea recurrente. Cada vez más. Trató de calmarse diciéndose que era natural que se le cruzaran esas cosas por la cabeza, especialmente desde hacía casi un año. Casi un año ya del cuarto vacío, clausurado. La ropa negra no era casual. Las ojeras y el rostro consumido, tampoco.

Mientras miraba al nene pensó que al menos él estaba vivo. Ella no había podido mantener a su hijito así. Había hecho todo bien, salvo eso. La muerte se lo había escamoteado luego de una larga y desagradable enfermedad. El niño consciente de su próximo final, ella impotente, sola para siempre desde ese día en que todo terminó en ese hospital. El niño tan dulce, tan brillante, con tantas posibilidades truncadas de una vez para siempre, con su carita pálida mojada por las lágrimas que ella no sabía ya de dónde podían seguir saliendo... el niño cansado y dolorido por la enfermedad, el tratamiento, los aparatos, los hospitales, los médicos brujos y todo lo demás.

El dolor era tan insoportable, aún un año después, que punzaba en sus sienes y le daba náuseas. Mientras, el nene pasaba retirando las hebillitas. Se la quedó mirando extrañado. Ella le dio el billete y unos caramelos que llevaba consigo. "Esos no me gustan", fue la respuesta en rechazo que recibió.


Decidió que no volvería a casa en ese estado, porque sería espantosísimo. Se bajó en la primera estación y buscó un bar. Se sentó en una mesa apartada, pidió un café, se derrumbó sobre el mantel blanco. Tenía que ponerle un límite a eso, pero a veces simplemente no sabía cómo. Terapia, claro. Desde antes que pasara, desde que el médico le mostró los estudios con el terrible diagnóstico. Pero con tantos nenes desamparados, ella no sabía qué hacer con la maternidad que le sobraba.


Toda su vida de adulta había sido madre. Siendo madre había hecho su carrera, sus amigos, organizado sus citas con amantes, todo. Y se sentía culpable. Horriblemente culpable. Ella, que tanto cuidado había puesto en hacer todo lo debido, todo lo más correctamente posible. Su niño, tan dulce siempre, tan cariñoso. Ahora era polvo. Nada más que polvo y recuerdos, sin haber podido vivir toda su vida. Ella hubiera querido verlo hombre, hubiera querido que conociera el sabor del sexo, el aroma del triunfo, el mundo. Ella hubiera querido ver desarrollarse esas gracias y talentos que lo hacían tan especial.

Pero no.


Sólo polvo.

Para siempre.


Y mientras tanto ella seguía viva, seguía respirando y sana. Haciendo nada, en una vida sin sentido ni dirección. Sobreviviendo. Trabajando, claro. Cada vez más, como una forma de acallar un poco el dolor. Visitaba a sus parientes, que intentaban distraerla. Hacía escapadas los fines de semana, para recorrer campos, montañas y pueblitos extenuándose al borde de sus fuerzas. Los amigos la llamaban o la buscaban. Un café, una obra de teatro, una película, paliativos.


Una nenita de unos 7 años se metió al bar con media docena de claveles. De nuevo la idea loca.


EvaLilith

2011


Pd.: si puedo, más adelante sigo la historia...

Fauna del transporte público

La sub-especie que hoy nos ocupa pertenece a la raza humana, fundamentalmente, hembras, entre 20 y 60 años. Su comportamiento típico incluye una serie de ritos y pasos supuestamente embellecedores. Pasemos a describir un rito típico:

En primer lugar, extrae de su bolso un neceser, del cuál irá tomando distintos objetos. El primero, fundamental, es un espejo pequeñísimo, que de ninguna forma puede reflejar su cara por completo. Este espejo será sostenido por la mano menos hábil, a una altura variable. La mano menos hábil también sostendrá los pomos mágicos, mientras la que es más ducha, los aplicará con diversos elementos.

El primer pomo contiene algo conocido como "corrector de ojeras". Generalmente, este corrector es de un tono demasiado claro para la piel y se encuentra empastado, por lo que una vez colocado parece un antifaz blancuzco que deja traslucir las ojeras de cualquier tono.

El segundo pomo (en algunos casos reemplazado por un disco compacto) contiene base. En contraste con el corrector, la base suele estar varios tonos por encima del color de piel natural. Mucho más anaranjada, además. Esta sustancia es aplicada con los dedos, si es líquida, o con una esponjita muy gastada si es polvo compacto. Parece ser parte del rito el frotar la piel tanto como se pueda, arrastrándola desaprensivamente de un lado al otro.

Acto seguido, la hembra alejará un poco el espejo, estirará su cara (como si dijera una U muy pronunciada) y mirará ambas mejillas. Considerándolas pálidas pese al naranja, les aplicará un rubor subido, frotando nuevamente a la pobre piel. En ocasiones, pasan una brocha algo gruesa con rubor también por la nariz y la frente.

Estos especímenes no suelen colorear sus párpados. Si lo hacen, es con una capa uniforme de algún color claro. Eso sí, todas aplican una pasta o líquido para remarcar el borde de sus ojos. El color de la pasta puede ser negro, marrón, azul o verde, indistintamente. El trazo, grueso y desalineado, producto del traqueteo del transporte en el que se encuentren.

Una vez terminada la fase de delineado, pasan a la fase de rimmeleado. Esta fase es la que más tiempo suele llevar, con cuidado separan sus pestañas, las empastan, arquean, vuelven a empastar, vuelven a separar. Una vez que estén conformes, echan una rápida mirada y guardan el rimmel.

El pintado de labios suele ser sencillo. Muchas, incluso, obvian el uso del espejo. Un brillo o un labial neutro suelen alcanzar. En ocasiones, especialmente entre las mayores de 45, aparecen rosas chillones o fucsias.

Invariablemente, el resultado es lamentable. Realmente estas féminas son mucho más bellas sin estos ritos apresurados de maquillaje, cosa muy sencilla de comprobar ya que las hemos visto ANTES del mismo. Por otra parte, se sabe que los efectos de un rito análogo realizado en la comodidad del hogar o de cualquier sitio que no se mueva, son mucho más beneficiosos a la imagen de estos homínidos. Sin embargo, está comprobado que son reacias a cambiar dicho ritual en el transporte, llegando incluso a realizarlo de pie, en recintos repletos, poniendose en riesgo por no poder sujetarse debidamente...


EvaLilith

2011

domingo, 31 de julio de 2011

Me mordí los labios una vez más. El sabor dulce y metálico de la sangre me hizo notar que había pasado el límite delgado de mi piel. Mejor detenerme, lamer cuidadosamente la pequeña herida y tratar de expresar mi nerviosismo de otra forma.
Nerviosismo dije? Mi ansiedad, mejor dicho.
Mis deseos? Lo más probable.
Miré la calle, aislada por una ventana de café. Promoción de torta y té con leche. El frío colándose de todas formas y mi ansiedad haciendo tiki tiki por todos lados. Lamenté mucho no tener a mano un cuaderno, un simple papelito o una servilleta que no adolezca de esa impermeabilidad que las caracteriza en los bares porteños.
Avenida de Mayo casi vacía. Únicos transeúntes, quizás por el mismo frío helado, los que no tienen otro lugar más cálido que la calle donde pasar la noche. Algunos taxis, algunos colectivos, pero casi nada en comparación con el caos que es de lunes a viernes.
Apoyé mi mejilla contra el vidrio frío y traté de sonreir. El dolor tirante en el labio resquebrajado me recordó que no era lo mío. Boca cerrada, el pequeño gesto aniñado de pucherito y las mejillas coloradas permanentemente. Mejor así.
Pasaron unos minutos más. De nada, claro está. Porque una mina reemplazando con torta los besos que no dio, no hace nada más que perder el tiempo. Esperar. Ansiar. Morderse.
En la vieja cartera encontré una igualmente vieja agenda. De las chiquititas, negras. Agenda de soltera, le dicen. Revisé los números uno a uno. No recordaba quiénes eran muchos de los nombres que ahí aparecían.
Salí y un linyera estaba haciéndose un fueguito. La agenda inútil y otros tantos papeles (entradas, volantes, anotaciones, besos en servilletas, etc.) ayudaron a alimentarlo.

jueves, 28 de julio de 2011

Un vals...




Nacer, envejecer, morir.
¿Por qué yo deberé gemir?
¿Por qué prohibido esta poder
crear mi carnaval feliz?

Bailar, olvidar, renacer,
ir más allá del fin.
Hasta la eternidad huir,
viajar, todo dejar caer.

El mundo no me encerrará.
Quisiera ser lo que yo soy.
Cantar alegre mi verdad,
dar sin saber que es lo que doy.
Amar con toda libertad.

Se disolvió lo que sufrí.
Haber nacido perdone.
Ahora sólo falta abrir
mi terco corazón cruel.

El mundo no me encerrará.
Quisiera ser lo que yo soy.
Cantar alegre mi verdad,
dar sin saber que es lo que doy.
Amar con toda libertad.

Quisiera ser lo que yo soy.
Cantar alegre mi verdad,
dar sin saber que es lo que doy.
Amar con toda libertad.

Adanowsky

domingo, 24 de julio de 2011

Otro Domingo.

La pesadilla la despertó temprano por la mañana. Demasiado para ser día de descanso.

No por repetida dejaba de ser menos angustiosa. No por entendido el significado dejaba de ser menos doloroso. Sus sueños tenían esa cualidad de ser demasiado realistas. Demasiado cotidianos dentro de su espanto.

Sus oídos zumbaban con un pitido agudo. Había una leve luz afuera, ya había amanecido.

El niño muerto, el proceso de vaciar la habitación, todos los días vueltos un domingo por la mañana. A veces tenía una idea de cómo había sido, a veces era un poco como recrear a Rocamadour. Pero la mayor parte de las veces era sólo el proceso posterior. Los pésames, los que estaban pero no podían alcanzarla. Los objetos vaciados de sentido.

Ella sabía que no se refería el sueño al niño en sí. El niño en sí estaba perfecto, todo lo rozagante, feliz, desquiciado, cariñoso, fuerte y sensible que podía ser. La primera vez se había asustado tanto que lo llevó al médico, que cuando empezaron con los estudios, estuvo pasando un par de meses de pesadilla lúcida hasta que finalmente todo salió bien, y lo que hacía sospechar algo si no grave, al menos, serio, desapareció como llegó.

No, no era sobre el niño. Eso lo sabía. El sueño era sobre ella. Despertate, le decía. Qué carajo estás haciendo con tu vida salvo criar al niño? Apurate que se te acaba el tiempo. Los meses pasan rápido, los años más aún. Qué lazos estás cultivando más allá de los de tu familia? Apurate, antes que sea demasiado tarde para tender puentes hacia otros. Quiénes te van a acompañar hasta el final, quiénes van a llorar cuando vos no estés... que no sean ni el niño ni tu familia? Qué huella vas a dejar en este pequeño mundo salvo la de la mitad de tus genes?

Se levantó y preparó un café. No tenía hambre realmente. Usó ese tiempo de sobra en cuidar su cuerpo, en suavizar sus pies, embellecer sus manos, limpiar cuidadosamente restos de maquillaje, su pelo. Todos esos pequeños rituales que la hacían sentir un poco mejor. Un poco, no mucho. No impedían pensar, mientras. No requerían mucha atención, a decir verdad.

Activó el celular mucho después, ya casi cerca del mediodía. No esperaba recibir ningún mensaje, ninguna llamada, pero mejor dejar la puerta abierta. Nunca se sabe. Compras y preparar un almuerzo liviano. Por la tarde saldría.

Se arregló como si fuera de visita. Salvo el pelo, que nunca quedaría prolijamente peinado, sino que siempre chorrearía por todos lados en ondas vagas y remolinos. Tomó el primer colectivo que encontró y decidió dar una vuelta por la feria y el barrio chino. Mirar chucherías. Mirar gente. Comprar un par de cosas, un par de regalos que venía debiendo. Pensó en un regalo para él, pero aún faltaba para su cumpleaños. Pensó un regalo especial para todas las personas que quería.

Terminando con el paseo, aún le sobraba tiempo. No el suficiente como para volver a casa antes de buscar al niño. Demasiado para perder sorbiendo un café en cualquier lado. Caminando, el domingo soleado le parecía más ausente que nunca.

Pensó que era llamativo como de repente habían empezado a llamarla "señora". No tenía arrugas en su cara, ni la piel había perdido brillo. Pero algo marcaba distancia, parecía. Todavía se daban vuelta algunos para verla pasar. No, no era hermosa, pero sabía que no se trataba de eso, sino de su porte, de su forma de caminar. Y sin embargo, estaba pasando el domingo sola. Por elección, quizás. Hombres dispuestos había algunos, pero no tenían lo que ella buscaba y no se sentía con ánimos de socializar en forma vacía. No, para eso prefería al par de amantes que llamaban al pan, pan y al vino, vino. Nada de juegos hipócritas, nada de andar pretendiendo interés cuando no se siente, pero consideración para con ella. Ella se portaba de la misma forma. El pacto explícito pasaba por ahí. No equivalía a un no, mañana significaba mañana. Sencillo. No se trataba de la clase de personas que piensan que hay mujeres para una cosa y mujeres para otra. Lobos buscando lobos, con las fauces abiertas y sin disfraz de cordero.

No era día para amantes. No. Tampoco era día para amigos. No podía explicar el tipo de compañía que necesitaba todos los domingos. Sólo sabía que no la tenía ni la tendría.

Las pesadillas seguirían hasta que resuelva el acertijo de su vida, al menos, hasta que otro nuevo acertijo se formule entre los ojos vacíos de la esfinge. Lloraría todavía un rato más, con palabras, como llora ella. Escondiendo las lágrimas lejos de ojos curiosos, la multitud siempre tan amistosa. Falaba poco para ir a buscar al niño, y entonces podría descansar un poco, hacer algo rico para la cena, amasar algo para el día siguiente, retarlo un poco, mandarlo a bañar, pensando entre la burla de sí y la amargura "he ahí al hombre de mi vida".

EvaLilith
2011

domingo, 10 de julio de 2011

La mujer tocó el timbre con decisión. Era tarde, lo sabía. Pero no importaba demasiado.
- ¿¡Hola?! ¿Quién es?
- Abrime.

El hombre no esperó que llegara el ascensor, ni se calzó. Bajó las escaleras de dos en dos para dejarla pasar. Ella no pronunció una palabra mientras subían al departamento. La dejó pasar, la siguió al dormitorio, fue empujado a la cama y con unas esposas que ella guardaba en los bolsillos de su tapado, atado. Una mano en cada borde. Un nazareno a punto de redimir a la humanidad.

De su cartera sacó varios elementos, que dejó fuera del alcance de la vista del hombre. Con unas tijeras heladas, le cortó la remera, en jirones prolijos. El metal acariciaba su piel y brillaba en la penumbra de la habitación.
Luego, le quitó el pantalón deportivo y la ropa interior. Un nazareno desnudo y pálido. Tembloroso. Jadeante.
Ella vaciló un momento. Tenía que ver las cosas desde otro ángulo, algo no cerraba. Se quitó el tapado y develó un corsette violeta ajustado, bragas negras con liguero. Se veía bien el conjunto con sus botas de taco algo y punta peligrosa. Subió a la cama. Puso un pie sobre el pecho del hombre y con el otro pie le dio vuelta la cara, para apoyarlo sobre su mejilla. Se quedó un buen rato allí, sintiendo los esfuerzos que hacía por respirar, observando el temor en su rostro.

Se bajó, buscó una pequeña fusta con mango negro y volvió su rostro hacia él. Lo vio tan encantadoramente pequeño y frágil que se avalanzó sobre su cuello, sobre sus orejas. Mordisqueó, lamió cuidadosamente, besó, acarició todo lo que quiso.
Y comenzó a bajar... hacia sus tetillas, hacia su ombligo y más abajo. Usaba las manos, la boca y la fusta para tocarlo...

Con los sentidos muy alertas a cualquier cambio en su respiración, gemido, movimiento, ella fue bajando por su cuerpo. De vez en cuando se apartaba y creaba marcas rojas con su fusta, un patrón prolijo de rectas que se entrecruzaban por sus costillas y pecho. Volvió a subir por su cuerpo, gateando, para besarlo profundamente en la boca, mientras con sus botas acariciaba su sexo, haciendo una presión rítmica y embriagadora. Con una mano, tomó un poco de su humedad y le embadurnó la cara...

Deslizó su boca hasta su sexo... pero no se detuvo allí, sino que le dobló las piernas y besó su escroto, la piel del perineo, entre sus nalgas más y más profundo... Luego escupió el mango de su fusta, usándolo para penetrarlo muy suavemente, buscando el punto de placer más allá del dolor: Su mano derecha empuñando el mango, su mano izquierda estimulando al sexo, y la boca alrededor de la piel delicada de los testículos. Cambiaba el ritmo sutilmente, para lograr excitarlo al máximo, sin haberle dado aún el permiso para dejarse llevar y acabar por fin, obligado a contenerse pese a todo.

Suavemente fue despegando el contacto... dejando la fusta de lado, apartando sus manos y su boca, creando un espacio suave y frío donde todo lo que no era ella, era angustia. La luz que antes los bañaba había sido apagada. Ella se alejaba, lo dejaba ahí atado, lo dejaba perdido en su placer, en sus ansias, conocedor del dolor, lo dejaba lleno de marcas y se iba. No estaba. No venía siquiera a golpearlo una vez más.

Las lágrimas se resbalaban incautas por los ojos del hombre, pero ni un sonido podía escaparse de sus labios. Se escuchaban terriblemente cercanos los ruidos de la calle, pero en el cuarto reinaba el silencio. Recién cuando empezaron a escucharse los sollozos, unas manos heladas soltaron una y otra esposa, sentaron amorosamente a la criatura temblorosa. Un cuerpo de mujer desnuda lo abrazó profundamente, le clavó las uñas en la espalda, lo besó fuertemente y, ofreciéndole un mar entre sus piernas, lo acunó hasta extenuarlo. Cambió lo salobre de las lágrimas por lo salobre del sudor. Le ofreció algo mejor que un consuelo, algo peor que una respuesta. Se le dio por entero y no fue necesario que lo reclamara para ella.



viernes, 8 de julio de 2011

Personajes: El pintor.

Por algún extraño motivo, quizás vinculado al azar y a conexiones neuronales muy improbables, me encontré estos días pensando en el Pintor. En el extrovertido, histriónico, chiflado, creativo, hermoso Pintor.
Lo conocí la última vez que pisé un boliche, allá por el 2005. Yo había sido invitada al cumpleaños de un compañero de facultad, que viviendo en Turdera, festejaba en la Capital sólo para que yo pudiera ir. La cuestión es que el lugar estaba escaso de niñas, en una proporción tal que hizo que la noche fuera sumamente fructífera para mí en término de números de teléfono, direcciones de mail, besos robados, etc.
Cuando, ya cercanas las 6 de la mañana, me decidí a retirarme del lugar, me franqueó el paso una cosa alta, con sobretodo puesto y ojos vidriosos (me parecieron claros ante la poca luz del recinto).
- Pará, flaca! (sí, era flaca en ese entonces y mucho). Nos vamos a tomar un café???
- Qué??? NOOO, me esperan en casa.
- Uh, estás casada?
- No, me espera mi hijo...
- Qué lindo, la familia... dame tu número de teléfono, así dejamos el café para otra ocasión.

Yo estaba algo reacia a darle mi número (tener en cuenta que no tenía celular en ese momento), y el tipo me salió con algo así como que nos podíamos estar perdiendo la oportunidad de nuestras vidas. Línea de levante vieja si las hay.
Me siguió hasta el guardarropas y ahí tiró abajo mi última excusa "no tengo con qué anotártelo". Le pidió a la mina una birome y en un boleto le tiré 8 números y un ojo muy mal dibujado. Abrió la boca muy grande y me dijo "esto es una señal del destino... yo soy artista plástico y mi firma incluye un ojo" (lo que me faltaba, un pelotudo que se cree artista, pensé).
Saliendo del boliche palermitano, ya agotada y desesperada por llegar a casa, me vuelve a alcanzar el tipo. Ofrece taxi hasta plaza Italia. No era una oferta a desdeñar en tiempos de vacas flacas. Resultó que vivía relativamente cerca de casa. Ya en el bondi, seguimos hablando de cosas varias, delirantes, de su proyecto artístico, de lo que yo estudiaba y las olas y el viento zucundún zucundún.

Un par de días después, me llama. Hablamos casi una hora. Yo no podía salir.
A partir de ese momento, estuvimos comunicándonos por teléfono aproximadamente un mes. Finalmente, me convencí que podría no ser una idea tan descabellada conocerlo, pese a que la diferencia de edad me asustaba un poco.
Nos vimos. Café y charla, bar y más charla. En el bar, un par de los parroquianos lo conocían y lo saludaron efusivamente.

Segunda salida, cena.

Tercera salida, cine y cena.
A la salida del cine, caminando por la avenida, veo que alguien se nos acerca a saludar. Después de haber estado en varios lugares de distintos puntos de la Capital comprobando que SIEMPRE alguien lo conocía, ya me parecía común. Se dieron un abrazo, quéhacéscómoestás. Y recién ahí ví que era mi hermano. No, no lo conocía, pero el colgado asumió que sí. En fin.

Cuarta salida. Una inauguración de exposición. Él había pintado el cuadro que presidía la muestra, cuya temática era Dalí y El Quijote. Me presenta a los hermanos. Me presenta a los amigos. Me presenta a su padre, el Coronel. Y todavía no se le había ocurrido presentarme a sus labios, que bien dibujados y regordetes invitaban a la mordida. Mientras el tipo hacía RRPP, yo me quedé en una conversación muy bizarra con el Coronel y Pipo Cippolatti.
Ya avanzada la noche, me pide ayuda para cambiar el rollo de la cámara. Debí haber sospechado algo cuando yo sabía que se dedicaba entre otras cosas a la fotografía. Pero estaba tan aturdida por la fauna que ni me dí cuenta. Fuimos a un lugar apartado y ahí, mientras yo ponía con mi dedos torpes el rollo en la cámara... el usaba sus dedos en acariciarme la cara y robarme un beso así, de costado. Por fin.

De ahí a su casa, a pasar noches enteras en las que salía corriendo a las 7 sin falta, noches de cerveza, cigarrillos que encendía uno con la colilla del otro, caricias por todas partes y la falta de química que nos marcó. No había caso... pero no por eso íbamos a dejar de intentarlo. No dejaban de tener su encanto las eternas charlas desnudos.
Ahora que miro de lejos debí darme cuenta de los motivos. O me doy cuenta que debí haber tratado de explicarme un poco mejor, de explicar mis muy bien fundados miedos y la seguridad que necesitaba de su parte. Pero mi ego me pedía no jugar la carta de la verdad, me pedía mostrarme con una madurez que no tenía, mostrarme superada en asuntos que aún me resultaban dolorosos y penosos.
Empezó a estar esquivo (aunque para decir la verdad, siempre había sido bastante colgado). No nos vimos por semanas, y cuando me llamaba, hacía como si nada... como si no hubieran importado las veces que me dijo "mañana arreglamos" para no llamar jamás.
Cuando le preguntaba por este tema, me decía que estaba muy concentrado en los preparativos de la exposición que iba a inaugurar en breve. Como de esto dependía que vendiera algún cuadro y pudiera estar más tranquilo en lo económico, lo dejé hacer.
Estuvimos casi 1 mes sin vernos ni hablarnos. Un día me llamó para invitarme a la inauguración. Era entre semana y yo al día siguiente comenzaría a trabajar. Me saludó con un beso corto y después me soltó entre la fauna. Recuerdo chapucear en inglés con los hijos de unos diplomáticos angolenses, una chica que cantaba música de animé, un Lionel con la melena de león, una stripper delicada como una telaraña, y varios otros etc.
En teoría, después de la inauguración nos iríamos a brindar a su casa, los dos solos. Resultó que al final, se iría con algunos amigos y que no estaba invitada. En ese momento, dí por terminada la relación, me volví en un taxi con Lionel, dándole un beso a la persona más joven que besé jamás. Y no volví a llamarlo, ni buscarlo, ni nada. Como a los dos meses llamó para ver qué era de mi vida y por qué me había cortado. No me acuerdo si le dí explicación. El fin...

Pd.: Por algún motivo que no me explico, lo llamé un par de años por su cumple y para año nuevo. Una vez que estaba trabajando cerca de su casa, me vio en el local y nos fuimos a comer algo. De esa cabeza que me fascinaba quedaba poco y nada. Los medicamentos antipsicóticos y el desencanto lo habían destruido. Un accidente de moto casi le costó la mano derecha, y un psiquiatra poco hábil lo había empezado a medicar por bipolaridad, sin haber detectado que había antes que tratar su adicción al alcohol. Estaba en pareja, conviviendo, con una mujer con la que sentía que hablarle era lo mismo que hablarle a un ropero. Pocas veces me dio tanta pena volver a ver a alguien.

miércoles, 6 de julio de 2011

Exorcismos



Todavía era de día. Todavía verano. Los pasos de la mujer resonaban en el piso de ladrillos de la plaza de Barrancas de Belgrano. Paso, cadera, paso, cadera y retumbando todo en el calor de la tarde. Se sentó en un banco, frente a un hombre pálido. Recogio sus pies de costado, sobre el asiento y lo miró.

El hombre no la miraba. Al menos, no directamente. Tenía los ojos clavados en las sandalias blancas llenas de tiras que llevaba ella. Parecía preocupado.

- Te esperaba arriba de la Glorieta.

- Había Gente.

- Y?

- Se darían cuenta...

- A nadie le importa.

- A mí sí.

Ella le tomó el mentón con sus dedos, y lo obligó a mirarla. Acercó su cuerpo, su boca y le plantó un beso rápido en la comisura de los labios. Después se levantó revoleando las piernas antes plegadas y caminó rumbo a Juramento. El hombre se quedó escuchando sus pasos un buen rato, antes de correr para alcanzarla.

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Comenzaba el otoño. La mujer estaba sentada cómodamente en las escaleras de la Glorieta, con un vaso de esos de plástico que se supone que tienen café dentro. El hombre, cuidadosamente, con la nariz pegada al cuero, le desabrochaba los borcegos. Cuidaba que no queden los cordones enredados, mientras tenía el pie calzado sobre su rodilla. Cuando cambió de pie se vio la huella que el calzado dejó en su ropa.

Ella saludaba, con una amplia sonrisa complacida, a algunas de las personas que se acercaban a bailar. Un par de bailarines se acercaron para besarla y obtener una promesa de compañía para alguna tanda. Sacó de su cartera un par de zapatos de tango negros, charolados, altísimos. Se los dio al hombre y siguió charlando con un bailarín.

Una vez calzada, le dejó su cartera y su abrigo al hombre, metiéndose de lleno en la pista. Salió sólo luego de un buen rato: él seguía allí.

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La última vez que la ví no fue en Belgrano. Estaba en el Pasaje Obelisco Sur, en uno de los puestos que lustran botas. Le comentó al muchacho del puesto que había encomendado el cuidado de sus botas a otro, que le parecía que no estaban bien lustradas... y que a partir de ese día la verían seguido.

Había un brillo vidrioso en sus ojos negros.



martes, 5 de julio de 2011

Drowned, de Tim Minchin



Ya sabés lo que va a pasar. Ahora, actuá sorprendida. El devenir de los acontecimientos es uno. Por más que haya miles de universos posibles, miles de derivaciones de una misma decisión, miles de resultados... mi consciencia está en este universo, en este ahora.
La previsibilidad de ciertos sucesos, por su repetición, por norma, o por patrón personal, no aniquila la esperanza de que alguna vez algo fuera de esto esperado suceda.
Saber lo que va a pasar no quita que a veces nos apeguemos a la esperanza de que por una vez suceda la excepción. Y que luego la excepción se vuelva regla.
Pero las excepciones son eso: excepciones. Mejor tomarlas como tales.

jueves, 30 de junio de 2011

Intento de Nada

Diría mi hermana, muy acertadamente. Intento de nada. Ni siquiera una aspiración concreta, ni siquiera un punto en este pequeño punto azul. Nada. Menos aún, un intento.
Y a estas alturas, a estos 28 recién estrenados, con su retorno de Saturno y el peso de todas las estructuras que me armé (erradas o no), estoy sin siquiera poder encontrar un boceto de respuesta a qué carajo quiero hacer con mi inútil, pequeña y efímera vida.
Por supuesto no podía faltar la ironía de que lo único que estoy haciendo en forma medianamente exitosa es aquéllo que jamás me interesó hacer. Aquéllo que no me gusta, pero aún sabiendo esto, o quizás precisamente por ser consciente de... lo hago lo más a conciencia que puedo.
Mientras tanto, todos los proyectos que emprendí parecen fracasar por causas ajenas a mi persona. No importa qué tanto los apuntale, qué tanto lea las letras chicas, qué tanto dialogue, negocie o trate de reasegurar. No hay caso. Todo a pique. Una y otra y otra y otra y otra y otra y otra vez. No pienso poner ejemplos. Son demasiado dolorosos...
Así que acá estoy. En cero, para variar.
Ni siquiera me está yendo bien con los proyectos pequeñitos, mezquinos, de la supervivencia. Al final de cuentas, termino siendo una cuasi autómata más, dejando que pasen de a poco los días. Cada vez más encerrada en mi mundo y cada vez más desencantada de todo. Especialmente, de mí.
En un tiempo, días, semanas, meses: lo mismo da; es probable que encuentre un puntito sobre el cual asirme. Una idea, un nuevo trabajo, un nuevo hobbie. No, mejor descarto los hobbies, porque tengo la mala costumbre de elegir aquéllos que me obligan a adentrarme en mí misma. Una vez más voy a querer creer que por una vez, las cosas van a salir como lo planeo. O que, al menos, si no salen como lo planeo... no van a salir como el reverendo ojete.
En momentos así, realmente me gustaría que la magia fuera real. Que haciendo rituales y concentrándome en velas, altares, íconos, pueda modificar mi existencia. Pero no.
De modo que voy a hacer lo que siempre hago en estos casos: ovillarme un rato sobre mí misma, enfermarme, dejar que pase la enfermedad, levantarme todos los días, ocuparme de mis cosas, hasta distraerme un rato y seguir haciendo como si nada. Hasta que no empieza el insomnio, no es grave. Y si empieza el insomnio, me tomaré un café más a la mañana, escribiré huevadas de madrugada, tendré amigos virtuales de Malasia y esperaré.
Ya desperdicié 28, puedo perder todos los demás.

Eva Lilith
2011

viernes, 24 de junio de 2011

Hinach Yafah




Fue como si te mirara por primera vez. Algo se había quebrado, algo con esa risa que te llenaba el cuerpo te había desnudado. Las pequeñas y finas arrugas alrededor de tus ojos, tus ojos cansados de andar mirando demasiado. La risa quebró una barrera, me dí cuenta y te miré.

Miré tu piel delicada, miré tus manos con los dedos nerviosos, jugueteando con lo que tuvieran a mano. Miré la pequeña boca escondida entre la barba. Miré los hombros escondiéndose, miré esa forma de retraerte... sí, eso era lo que se había roto.

Vi tantas cosas.

Probablemente, meras proyecciones mías.

Pero algo creí entender. Sí, entendí una nueva forma de lo hermoso. Entendí que sin importar los estragos del tiempo, los vaivenes estéticos, o lo que fuera, hay algo que hace juegos de luces y sombras. En esos juegos sos hermoso. En esos juegos de luces y sombras es que me gusta desnudarte, observarte largamente, usar tu cuerpo como instrumento de lo más sagrado: Tu cuerpo como el instrumento de todo lo demás, cargando el peso de los errores pasados, presentes y futuros. Un libro con una historia contada. Un libro en el que estoy dejando marcas, en el que estoy escribiendo también una parte de mi propia historia. Las huellas se borrarán pronto, o quizás no... no es tan importante eso.

Creo que me reí también. La risa también es un puente... sé lo que te esforzás en conseguir arrancármelas una por una, venciendo a mi seriedad y sacándome las máscaras sin ningún pudor ni espanto.

En ese espacio entre nosotros, está esa posibilidad. Y ahora, ahora que te pude mirar, ahora que te sentí de esta forma; ahora, aunque me muera de miedo, voy a seguir buscando esos momentos sin personajes...


Esos momentos donde asomamos vos y yo, y somos hermosos...



EvaLilith
2011



martes, 7 de junio de 2011

All the way down




Me levanté temprano en la mañana. La noche había sido larga, y del otro lado de la cama estaba sólo el vacío. Conté hacia atrás todas las veces que me dije "es la última". Demasiadas. Me abrigué con una manta y preparé un té fuerte y especiado en la cocina. Afuera rompían las olas sobre las costas de esta ciudad fría y sureña. La casa estaba demasiado silenciosa. Sí. Esa era la palabra de la mañana: demasiado.
Demasiado sola, demasiadas veces, demasiado frío, demasiada paciencia, demasiada tristeza. Me miré de lejos y me parecí tan patética que levantarme y buscar el bolso fueron sólo un movimiento.
No era necesario llevar muchas cosas. Los documentos, la ropa indispensable... ya mandaría a buscar el resto o no, no era relevante. Pasé por el cuarto pequeño, que había quedado vacío, y abrí la ventana que daba al este. El aire salado y frío entró a bocanadas. Hora de vestirme en el cuarto de los dos por última vez. Porque ya no había dos. O quizás nunca lo hubo, pero ese no era el punto.
Llamé un taxi, fui a la estación de micros y compré un pasaje a Bs. As. Tomé otro té en el barcito donde todos me conocían. Lo bueno de tener parientes lejos es que todo el mundo asume que una va de visita.
Cuando el micro arrancó, me dí cuenta que había olvidado el celular en la mesa de luz.


domingo, 29 de mayo de 2011




Así fue que comprendí que era mentira eso de ser uno. Es más, ni siquiera era deseable. Pero como me había creído los cuentos de hadas, pese a haber jugado todo el tiempo a la pelota con los pibes, haciendo que los ignoraba... bueno, acá me ven. Y ella pasó y se fue. Ella con su paso firme, con su incapacidad para querer, con su pelo revuelto y su ser menudo e inquieto. Ella pasó y se fue. Acá quedó mi corazón apenas latiendo, desesperado. Qué es esto que tengo en el pecho? Por qué sigue ahí si siento tanto frío corriendo por mis entrañas?
Durante todo el tiempo que estuvimos juntos, yo intenté. De veras intenté fundirme. Por momentos, cuando el sol le daba en la nariz y sus contornos se borraban con la luz, creí que era posible. También cuando en la oscuridad nuestros cuerpos se enredaban y entraba en ella con el deseo de borrar todo espacio, toda barrera.
Más no es posible que una persona quepa en otra. Lo sé. Sólo que se fue. Y ahora tengo frío. Sólo eso.

EvaLilith
2011


(Dibujo extraido de la página de facebook LA DIMENSIÓN ARGENTINA)

martes, 24 de mayo de 2011

De desconocidos y otras yerbas

La lluvia parece ejercer un efecto hermanador entre los porteños. Especialmente cuando el aire de naufragio hace que la línea D del subte se suicide por tiempo indeterminado, llevando gente apiñada como libros en mi mesa de luz. De ahí, que todo parece magnificarse. Una palabra poco amable y los ánimos se caldean como si se hubiera tirado una bomba molotov. Una sonrisa e inmediatamente se puede tener compañía agradable un par de cuadras.
Sale el rubio del subte palidísimo. "Ya podés respirar", le largo cuando me mira del otro lado del casi desmayo.
De ahí vamos subiendo y encaramos para el mismo lado. Ya llegando a la escalera mecánica camino a la libertad definitiva me pregunta por una calle. "Sí, la conozco, voy para allá". Ergo, tuve escolta, mas no paraguas prestado porque ninguno de los dos tenía. Esta vez no me dormí y tengo un msn que agregar cuando me decida. Incluso, tengo la excusa para agregarlo. Excelente (Sí, no me caben mucho los rubios, pero ante lo mal que me vienen tratando los morochazos, más me vale probar algo nuevo, no?)

Para cuando tuve que volver al subte, la línea funcionaba mal. O, mejor dicho, peor que lo habitual: no me llevaba hasta la cabecera y encima, con demoras y asfixia. Tocó bancarse tránsito y subirse a un colectivo. Repleto, claro está.
El colectivo iba a paso de hombre, y yo tenía puestas unas hermosas botas con un taquito ínfimo pero altísimo. Si no conseguía dónde apoyarme, iba a doler.
Termino enfrentada a dos señoras pintadas, de esas que se juntan a tomar el té y jugar a la canasta. Las señoras se ponen a hablar de mi ropa, de mis botas y de mí como si yo no estuviera ahí. Y miraban, evaluaban, recordaban sus años de descaros, de atreverse, de aguantarse el dolor en los pies con tal de verse como reinas. Yo pensaba que mi pollera no era tan corta, mis medias tapaban bastante, mis botas... bueno, de las botas no puedo decir nada: son llamativas y punto. Ya cuando empezaron de nuevo con el tema de la juventud TUVE que meter bocado: "Mire que yo hace unos años no me ponía pollera ni que me paguen" "ay, hija... por qué no?" dijo una. La otra hizo un comentario sobre mi falta de maquillaje. Por suerte, se bajaron pronto...

Cuando finalmente me bajé del bondi, un anciano me socorrió, cubriéndome por una cuadra con su enorme paraguas de cuervo viejo. La lluvia, como dije, da un algo de naufragio a la ciudad y a veces algunos dejan de lado el "Sálvese quien pueda".

lunes, 11 de abril de 2011

Y cuando creí salirme de la trampa, una vez más vuelve a mí, con otro disfraz. Mala cosa descubrirla. Mala cosa. Mala cosa ser consciente de este camaleónico yo que se ve en los ojos de los demás. Está bien, no puedo pretender a los ojos de otros ser nada más que la proyección que ellos hagan en mí. No puedo evitar la subjetividad, no puedo evitar los deseos. Pero siempre siempre siempre siempre siempre termina siendo el mismo rol. Siempre termina siendo Lilith la que prevalece, el lado oscuro, la temible. Eso que atrae y repulsa al mismo tiempo. Eso que se desea intensamente, pero que se prefiere tener lejos. Lo más lejos posible. Lo más deshumanizado posible.
Así, me vuelvo puntos de luz, algo poco amenazante, algo poco real. Qué pasaría si en vez de convertirme en esto, esos otros asumieran mi carne, mis matices? Qué pasaría si alguien se animara simplemente a quererme?
Pero no. Nadie quiere al fango. Nadie quiere acercarse a una pantera negra, aunque reluzca y sus ojos estén fijos en el horizonte.
Mejor el lado brillante, no? Mejor las superficies pulidas, las buenas costumbres, los juegos socialmente correctos, mantenerse abajo, cerrar los ojos, creer las bellas palabras, sonreir, limar suavemente las uñas para que sean un ornamento y no una defensa. Mejor lejos del abismo, mejor. Así puede quedarse uno largo rato, no? Así puede quererse, así pueden uno tener cercanía, y buscar, y contener, y mimar, y querer entender?
No, yo sé que no es así. Sé que es sólo superficie.
Pero es tanto? Es tanto pedir un poco menos de soledad? Porque yo sé que estoy sola, yo sé que voy a seguir sola, yo sé que.
Nada.
A estas alturas no sé nada.
Si: soy parte del lado oscuro. Pero también por eso sé brillar. Y me gustaría de vez en cuando sentir un mínimo de camaradería.
No sé.
A estas alturas no sé nada.
Me siento, una vez más, bajo el signo de Caín.

martes, 29 de marzo de 2011

Un dia despues de vos crucé los dedos

(Leer escuchando "La pequeña novia de Carioca")

Salí con los tacos en la mano, esperando no despertarte. Las llaves en la puerta me dieron la salida, lo conocido del barrio la confianza. En momentos como este, me gustaría fumar, como para poder distraer las manos y tapar los pensamientos con un poco de humo. No puedo evitar la sensación de haber podido evitar todo, no puedo evitar el eco de placer porque yo quería que pasara. Y quería que vos lo quisieras.

Ahí me equivoqué, porque simplemente estuve a mano en el momento correcto, en ese momento donde la rabia y el dolor se mezclan, donde la única forma de dejar de odiar es abrazado al cuerpo de una mujer. Estabas tan a mi merced. Me sentí un gato jugando con su presa, manipulé absolutamente todo sabiéndote vulnerable. Todo porque a esas alturas no aguantaba más la necesidad de morderte apenas los labios, de llenarte de besos, de abrazarte sin excusas, de dejar a mis dedos bailar por tu cuerpo sin despegarse.

Ahora la mañana es todavía pálida y yo me escapo de tu casa, sin saber cómo voy a hacer para enrollar el ovillo que enmarañé. Sé que no estás enamorado de mí, mierda si lo sabré! Sé que mi forma de secarte las lágrimas mientras agonizabas por la que sí querés fue simplemente un desquite, un pequeño triunfo pasajero que me va a quemar demasiado cuando vuelvas a sus brazos.

Me hubiera quedado a tu lado, hubiera preparado un desayuno como para hacer pegote y seguir a los besos después. Pero tus pestañas ajustadas se mojaron con lágrimas secretas, tus brazos pegaron mi cuerpo al tuyo, y no fue mi nombre el que se le escapó a tus labios. No es negocio, mi amor, no es negocio así. De modo que me vestí y ahora estoy por las calles, congelada, esperando que llegue el primer bondi que me deje en cualquier lado que sea lejos.

domingo, 27 de marzo de 2011

Insomnios: un poco de arte.

Se veía tan suave, tan bien acabada. Reluciente, engalanada. La pequeña daga era un juguete nuevo en sus manos, cortando el aire, rasgando una cortina, marcando la puerta. El juguete llegó hasta el brazo inmóvil de la mujer y ahí se detuvo. Un poco más de presión, sólo un poco, y la piel se colorearía carmesí. Un poco más de presión, sólo un poco. Acarició a la mujer desmayada con la daga. El éter le daría un par de minutos más, solamente. Mejor no perder tiempo. Dejó la daga en la repisa, abrió el primer cajón y se puso a buscar. Lencería delicada y lencería de diario fueron desparramándose por el suelo. El hombre tomó varios pares de medias de nylon y volvió a la cama. Con delicadeza, ató las manos entre sí y luego a uno de los adornos de la cabecera. Tomó otro par de medias e hizo lo mismo con las piernas, acomodándoselas suavemente de costado. El tercer par sirvió de mordaza.

Volvió a tomar la daga y se sentó a esperar que pasara el efecto de la droga, dejando sólo la luz del balcón prendida. En ese momento pensó que llevar algo más fuerte hubiera sido lo apropiado, pero había un nosequé romántico y anticuado en su elección. Si se lo veía con cuidado, todo él parecía anticuado. El traje de pana, el pelo engominado con raya al medio, los zapatos de dos colores lustrados.

La mujer despertó, confundida y probablemente con náuseas. Extrañamente abandonada a su destino, no luchó, no hizo ruidos. Sólo las lágrimas resbalaron copiosas por sus ojos claros. El hombre se movía lentamente, con una sonrisa de médico fija. Era el momento que había estado esperando... la piel pálida de la mujer quedaría tan hermosa... se acaballó sobre sus caderas y comenzó a dibujar espirales. Una, dos, tres, decenas de espirales que se unían sin cruzarse, en el torso, en las piernas, en un brazo y en el otro. Espirales grandes para la piel que recubre la cintura, espirales chicas para las mejillas delicadas. Cuando terminó, contempló su obra, sacó un par de fotos con el celular, limpió meticulosamente su daga y besó los labios de la mujer, extrañamente pálidos...

Insomnios: tirando la moneda

Cara - Cruz - Cara - Cruz - Cara las chances van por igual, cuál es la cara, cuál es la cruz. Tiro la moneda una y otra vez. Evidentemente no puedo definirme, sino, no necesitaría jugar con este metal de dos colores en mi mano. Cara - Cruz -Cara - cruz. Cerrar un camino para andar a fondo otro. Y no quiero. Por eso la moneda. Por eso la duda. Por eso mejor huir, mejor esconderme, mejor dejar que el tiempo lleve al olvido. Cara - Cruz - Cara - Cruz. Pienso en el arcano de los amantes, debería meditar con mi Tarot... evitar la decisión no es buena idea. Pero por qué tener que decidir? qué impide poder tener un poco de todo? por qué por qué por qué? El tiempo es limitado, lo sé. Y si me equivoco de nuevo? Cara - Cruz - Cara - Cruz. Nadie es lo que parece. Yo tampoco lo soy. Qué te parezco? Por qué me estás buscando? Qué soy para vos? Cara - Cruz - Cara - Cruz. No quiero ser, no quiero que esperen nada de mí. No me pongas esa cruz - cara - cruz - cara Y si fuera lo contrario? y si es la falta de expectativas del resto lo que me está confundiendo? Qué es lo que quiero que reconozcas en mis manos? cruz - cara- cruz - cara el misterio del otro me espera sea cual sea la decisión. Incluso el misterio del otro me espera si termino sin cara y sin cruz. A qué me juego? Por qué me juego? Quién quiero que me pida que me juegue por él? Cruz - cara - cruz - cara Tengo una copa de vino lista, sí, tengo algo que dar. Pero no quiero nada a cambio. O sí? O no? Lo que me des me ata? Lo que te dí te ata a mí? no... cara -cruz - cara - cruz

Claro... tenía que ser... la moneda cayó de canto...