domingo, 27 de marzo de 2011

Insomnios: un poco de arte.

Se veía tan suave, tan bien acabada. Reluciente, engalanada. La pequeña daga era un juguete nuevo en sus manos, cortando el aire, rasgando una cortina, marcando la puerta. El juguete llegó hasta el brazo inmóvil de la mujer y ahí se detuvo. Un poco más de presión, sólo un poco, y la piel se colorearía carmesí. Un poco más de presión, sólo un poco. Acarició a la mujer desmayada con la daga. El éter le daría un par de minutos más, solamente. Mejor no perder tiempo. Dejó la daga en la repisa, abrió el primer cajón y se puso a buscar. Lencería delicada y lencería de diario fueron desparramándose por el suelo. El hombre tomó varios pares de medias de nylon y volvió a la cama. Con delicadeza, ató las manos entre sí y luego a uno de los adornos de la cabecera. Tomó otro par de medias e hizo lo mismo con las piernas, acomodándoselas suavemente de costado. El tercer par sirvió de mordaza.

Volvió a tomar la daga y se sentó a esperar que pasara el efecto de la droga, dejando sólo la luz del balcón prendida. En ese momento pensó que llevar algo más fuerte hubiera sido lo apropiado, pero había un nosequé romántico y anticuado en su elección. Si se lo veía con cuidado, todo él parecía anticuado. El traje de pana, el pelo engominado con raya al medio, los zapatos de dos colores lustrados.

La mujer despertó, confundida y probablemente con náuseas. Extrañamente abandonada a su destino, no luchó, no hizo ruidos. Sólo las lágrimas resbalaron copiosas por sus ojos claros. El hombre se movía lentamente, con una sonrisa de médico fija. Era el momento que había estado esperando... la piel pálida de la mujer quedaría tan hermosa... se acaballó sobre sus caderas y comenzó a dibujar espirales. Una, dos, tres, decenas de espirales que se unían sin cruzarse, en el torso, en las piernas, en un brazo y en el otro. Espirales grandes para la piel que recubre la cintura, espirales chicas para las mejillas delicadas. Cuando terminó, contempló su obra, sacó un par de fotos con el celular, limpió meticulosamente su daga y besó los labios de la mujer, extrañamente pálidos...

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