martes, 16 de agosto de 2011

Quisiera vivir todas las vidas en mi vida. Sufrir todos los dolores, gozar todos los placeres. Quisiera ser hombre, planta, mineral, animal, y todos los estadios intermedios. Es por eso por lo que una vez por semana me dispongo a ir al espacio donde puedo jugarlo todo, vivirlo todo.
Aunque sea un espacio seguro, un intermedio entre mi mera imaginación y la realidad, todavía no termino de animarme. Quizás porque actuar es una forma también de conjurar mi miedo a la locura y a la estupidez (miedo que no quita que sea algo loca y muy estúpida).
Pero así, jugando a las miles de historias posibles e imposibles, de a poco aprendo. Aprendo los arquetipos, aprendo los roles, lo que se repite de humano en humano (eso mismo que está escrito en el Tarot). Así es que me entiendo un poco más a mí misma y a muchos otros.
Siempre fui una descarada, una de las metiches que observan atentamente en la calle a los personajes que muestra el entorno. Los distintos lenguajes de lo no verbal, cómo el cuerpo expresa, cómo cada mina y cada tipo en el subte es una historia nueva. Ahora, tengo una excusa más para seguir siéndolo.

Este post es breve. Tenía ganas de agradecer, simplemente, a las máscaras que puedo poner y quitar a mi antojo. Eventualmente, aprenderé a controlar las otras.

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