martes, 7 de junio de 2011

All the way down




Me levanté temprano en la mañana. La noche había sido larga, y del otro lado de la cama estaba sólo el vacío. Conté hacia atrás todas las veces que me dije "es la última". Demasiadas. Me abrigué con una manta y preparé un té fuerte y especiado en la cocina. Afuera rompían las olas sobre las costas de esta ciudad fría y sureña. La casa estaba demasiado silenciosa. Sí. Esa era la palabra de la mañana: demasiado.
Demasiado sola, demasiadas veces, demasiado frío, demasiada paciencia, demasiada tristeza. Me miré de lejos y me parecí tan patética que levantarme y buscar el bolso fueron sólo un movimiento.
No era necesario llevar muchas cosas. Los documentos, la ropa indispensable... ya mandaría a buscar el resto o no, no era relevante. Pasé por el cuarto pequeño, que había quedado vacío, y abrí la ventana que daba al este. El aire salado y frío entró a bocanadas. Hora de vestirme en el cuarto de los dos por última vez. Porque ya no había dos. O quizás nunca lo hubo, pero ese no era el punto.
Llamé un taxi, fui a la estación de micros y compré un pasaje a Bs. As. Tomé otro té en el barcito donde todos me conocían. Lo bueno de tener parientes lejos es que todo el mundo asume que una va de visita.
Cuando el micro arrancó, me dí cuenta que había olvidado el celular en la mesa de luz.


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