viernes, 8 de julio de 2011

Personajes: El pintor.

Por algún extraño motivo, quizás vinculado al azar y a conexiones neuronales muy improbables, me encontré estos días pensando en el Pintor. En el extrovertido, histriónico, chiflado, creativo, hermoso Pintor.
Lo conocí la última vez que pisé un boliche, allá por el 2005. Yo había sido invitada al cumpleaños de un compañero de facultad, que viviendo en Turdera, festejaba en la Capital sólo para que yo pudiera ir. La cuestión es que el lugar estaba escaso de niñas, en una proporción tal que hizo que la noche fuera sumamente fructífera para mí en término de números de teléfono, direcciones de mail, besos robados, etc.
Cuando, ya cercanas las 6 de la mañana, me decidí a retirarme del lugar, me franqueó el paso una cosa alta, con sobretodo puesto y ojos vidriosos (me parecieron claros ante la poca luz del recinto).
- Pará, flaca! (sí, era flaca en ese entonces y mucho). Nos vamos a tomar un café???
- Qué??? NOOO, me esperan en casa.
- Uh, estás casada?
- No, me espera mi hijo...
- Qué lindo, la familia... dame tu número de teléfono, así dejamos el café para otra ocasión.

Yo estaba algo reacia a darle mi número (tener en cuenta que no tenía celular en ese momento), y el tipo me salió con algo así como que nos podíamos estar perdiendo la oportunidad de nuestras vidas. Línea de levante vieja si las hay.
Me siguió hasta el guardarropas y ahí tiró abajo mi última excusa "no tengo con qué anotártelo". Le pidió a la mina una birome y en un boleto le tiré 8 números y un ojo muy mal dibujado. Abrió la boca muy grande y me dijo "esto es una señal del destino... yo soy artista plástico y mi firma incluye un ojo" (lo que me faltaba, un pelotudo que se cree artista, pensé).
Saliendo del boliche palermitano, ya agotada y desesperada por llegar a casa, me vuelve a alcanzar el tipo. Ofrece taxi hasta plaza Italia. No era una oferta a desdeñar en tiempos de vacas flacas. Resultó que vivía relativamente cerca de casa. Ya en el bondi, seguimos hablando de cosas varias, delirantes, de su proyecto artístico, de lo que yo estudiaba y las olas y el viento zucundún zucundún.

Un par de días después, me llama. Hablamos casi una hora. Yo no podía salir.
A partir de ese momento, estuvimos comunicándonos por teléfono aproximadamente un mes. Finalmente, me convencí que podría no ser una idea tan descabellada conocerlo, pese a que la diferencia de edad me asustaba un poco.
Nos vimos. Café y charla, bar y más charla. En el bar, un par de los parroquianos lo conocían y lo saludaron efusivamente.

Segunda salida, cena.

Tercera salida, cine y cena.
A la salida del cine, caminando por la avenida, veo que alguien se nos acerca a saludar. Después de haber estado en varios lugares de distintos puntos de la Capital comprobando que SIEMPRE alguien lo conocía, ya me parecía común. Se dieron un abrazo, quéhacéscómoestás. Y recién ahí ví que era mi hermano. No, no lo conocía, pero el colgado asumió que sí. En fin.

Cuarta salida. Una inauguración de exposición. Él había pintado el cuadro que presidía la muestra, cuya temática era Dalí y El Quijote. Me presenta a los hermanos. Me presenta a los amigos. Me presenta a su padre, el Coronel. Y todavía no se le había ocurrido presentarme a sus labios, que bien dibujados y regordetes invitaban a la mordida. Mientras el tipo hacía RRPP, yo me quedé en una conversación muy bizarra con el Coronel y Pipo Cippolatti.
Ya avanzada la noche, me pide ayuda para cambiar el rollo de la cámara. Debí haber sospechado algo cuando yo sabía que se dedicaba entre otras cosas a la fotografía. Pero estaba tan aturdida por la fauna que ni me dí cuenta. Fuimos a un lugar apartado y ahí, mientras yo ponía con mi dedos torpes el rollo en la cámara... el usaba sus dedos en acariciarme la cara y robarme un beso así, de costado. Por fin.

De ahí a su casa, a pasar noches enteras en las que salía corriendo a las 7 sin falta, noches de cerveza, cigarrillos que encendía uno con la colilla del otro, caricias por todas partes y la falta de química que nos marcó. No había caso... pero no por eso íbamos a dejar de intentarlo. No dejaban de tener su encanto las eternas charlas desnudos.
Ahora que miro de lejos debí darme cuenta de los motivos. O me doy cuenta que debí haber tratado de explicarme un poco mejor, de explicar mis muy bien fundados miedos y la seguridad que necesitaba de su parte. Pero mi ego me pedía no jugar la carta de la verdad, me pedía mostrarme con una madurez que no tenía, mostrarme superada en asuntos que aún me resultaban dolorosos y penosos.
Empezó a estar esquivo (aunque para decir la verdad, siempre había sido bastante colgado). No nos vimos por semanas, y cuando me llamaba, hacía como si nada... como si no hubieran importado las veces que me dijo "mañana arreglamos" para no llamar jamás.
Cuando le preguntaba por este tema, me decía que estaba muy concentrado en los preparativos de la exposición que iba a inaugurar en breve. Como de esto dependía que vendiera algún cuadro y pudiera estar más tranquilo en lo económico, lo dejé hacer.
Estuvimos casi 1 mes sin vernos ni hablarnos. Un día me llamó para invitarme a la inauguración. Era entre semana y yo al día siguiente comenzaría a trabajar. Me saludó con un beso corto y después me soltó entre la fauna. Recuerdo chapucear en inglés con los hijos de unos diplomáticos angolenses, una chica que cantaba música de animé, un Lionel con la melena de león, una stripper delicada como una telaraña, y varios otros etc.
En teoría, después de la inauguración nos iríamos a brindar a su casa, los dos solos. Resultó que al final, se iría con algunos amigos y que no estaba invitada. En ese momento, dí por terminada la relación, me volví en un taxi con Lionel, dándole un beso a la persona más joven que besé jamás. Y no volví a llamarlo, ni buscarlo, ni nada. Como a los dos meses llamó para ver qué era de mi vida y por qué me había cortado. No me acuerdo si le dí explicación. El fin...

Pd.: Por algún motivo que no me explico, lo llamé un par de años por su cumple y para año nuevo. Una vez que estaba trabajando cerca de su casa, me vio en el local y nos fuimos a comer algo. De esa cabeza que me fascinaba quedaba poco y nada. Los medicamentos antipsicóticos y el desencanto lo habían destruido. Un accidente de moto casi le costó la mano derecha, y un psiquiatra poco hábil lo había empezado a medicar por bipolaridad, sin haber detectado que había antes que tratar su adicción al alcohol. Estaba en pareja, conviviendo, con una mujer con la que sentía que hablarle era lo mismo que hablarle a un ropero. Pocas veces me dio tanta pena volver a ver a alguien.

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