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domingo, 4 de marzo de 2012

Siempre me dio esa impresión imprecisa. Los gestos tan féminos, los juegos con las manos, la forma de cruzar las piernas. Pero esa espalda, ay, lo que tocaban esos dedos, tenían un dejo de hombre salvaje que no puedo ni pensar sin estremecerme.

Me divertía la idea de ser, en algunos puntos, el polo masculino. Cambiar lo establecido, jugar entre nosotros sin importar que de afuera me preguntaran qué onda con mi amigo el mariquita.

Sus uñas estaban habitualmente pintadas de rojo, negro, blanco o azul. Pero, nunca tan prolijo, el esmalte saltado y los tamaños dispares como para que no se lo pueda confundir con una muñeca.
Encendía un cigarrillo tras otro y hablaba, con una voz profunda de barítono, con tantos matices y tantas inflexiones que yo me perdía los significados, hipnotizada por la cadencia de los sonidos que ondeaban en el aire a su alrededor.

Así salíamos por los bares, yo con mis borcegos militares y él con lo primero que encontrara más el labial rojo. A veces era grotesco, pero las más, simplemente hermoso.

Una noche, en cierto rincón de la ciudad, un tipo pasó el límite, con sus comentarios ridículamente cliché sobre lo que le haría a las locas como él. Esa noche, alguien se vio golpeado por una mano, que le pintó las uñas hasta quebrarle la nariz. Esa noche, yo curé con cariño las heridas del soldado que había ganado una batalla por su libertad, y todavía nos sobró fuerzas para gastar el colchón.

EvaLilith
2012



Imagen
Drag Queen II por X-GloomCookie-X

viernes, 9 de septiembre de 2011

Viernes por fin



La semana había sido, como de costumbre, una sucesión de corridas de acá, para allá, de trabajo, de aburrimiento, de proyectos propios para los que el tiempo escaseaba.

Salir a las 19 del centro fue poco menos que la definición de aturdimiento. Gente, más gente, apretados, apiñados, sudorosos, masticando algunos, fumando otros. Un rebaño humano en el subte, otro rebaño humano en el tren. Caminar interminables cuadras en tacos altos hasta casa, hacer las compras para la cena, hacer un esfuerzo más para que los pasos suenen cantarines entre las veredas rotas del barrio.

Llegando a casa, una silueta masculina sentada con las rodillas recogidas en la puerta. Estaba oscuro, tardé en reconocerlo... un segundo menos que en sentir el estremecimiento que siempre acompañaba su vista o su recuerdo. Le pasé por el frente sin mirarlo casi, y desde dentro de casa lo invité a pasar.

Mi casa estaba vacía, completamente a oscuras. Yo no daba más del cansancio, dejé las bolsas en la cocina, guardé lo necesario en la heladera y me desplomé en el sillón, frente a la tele.
Él se acomodó en silencio a mi lado. Yo hice un poco más de zapping hasta encontrar una película que me agradaba para ver. Estaban dando Before Sunset. Excelente.

Le acaricié el rostro suavemente, y le indiqué para que se acomode ovillándose a mis pies. Quería despatarrarme en el sillón. Él entendió inmediatamente, y con mucho cuidado se arrodilló frente a mí. Callado, levantó la falda y bajó el coulotte de encaje que llevaba puesto. Con cuidado, sin quitarme los peep toes, me lo quitó. Entonces, acomodé piernas y tacos sobre su espalda, y simplemente me entregué a lo que su lengua jugaba entre mis piernas.

La larga falda negra cubría su cabeza casi totalmente. Yo sentía que estaba pasando mucho calor, sentía sus gotas de sudor resbalar entre mis muslos. Pero no importaba. El placer que me estaba dando hacía que mis talones se le clavaran en la cintura, patalearan un poco sobre su amplia espalda. Cambiaba el ritmo suavemente, muy atento a mi respiración y a los movimientos de los labios que seguía besando. Se ayudaba con las manos, para llevarme cada vez más lejos del cansancio, del hastío, de la bronca. Acabé una vez, inundándole la boca, pero eso no lo detuvo. Encontró otra vía para seguir teniendo a mi cuerpo en vilo, bloqueando a mi mente, que sólo podía mantenerlo ahí atrapado con mis rodillas, con mis pies golpeándolo, con la furia del placer. Una segunda y una tercera y creo que paré de contar ahí.
Lo sujeté del pelo, corrí su cabeza hacia atrás, haciendo que se vuelva a arrodillar en el piso. Le pedí que me quitara los zapatos, y una vez que hubiera hecho esto, con sus manos temblorosas, transpirado, agotado, lo puse con la frente tocando las frías baldosas.

Y volví a despatarrarme en el sillón, a ver el final de la película, que me encanta.

EvaLilith
2011