Buscando un artificio que
regale una sonrisa, más o menos ladina, más o menos abierta. Leyendo
gente en el colectivo, desde la vidriera o desde el costado que me
guarda el espacio. ¿Qué ves cuando me ves? ¿Qué tanto me delato? ¿Y si
te contara que juego mis personajes de acuerdo con la inspiración del
día? ¿Cuál de ellos querrías?
Tanta carita desolada, y yo
que nada tengo, haciendo monigotes de papel barrilete para crear esa
mueca que se ve primero en los ojos.
Las teclas hacen tic tic tic
y los abrazos no se pueden mandar por chat. Tic tic tic y aún así
algunas cosas se delatan, se escurren entre lo cotidiano.
Algunos tic tic tic que leo me llenan de ternura y, ojo, no es que los dueños de los dedos ticteantes se vayan a enterar.
Al menos, no ahora, no hoy. Hoy regalo monigotes, absurdos, personajes y mareos. Hoy, juegos de palabras. Los besos quedan para después.
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sábado, 30 de junio de 2012
miércoles, 13 de junio de 2012
Algunas consideraciones sobre los besos se hacen a posteriori. Claro, una no va a andar comparando, midiendo, todo el tiempo. Menos que menos si tiene la boca entretenida con la boca de algún otro. U otros. Pero es inevitable, con el paso del tiempo, encontrar ciertos gustos, ciertos patrones, ciertas sorpresas. Hay
algunos besos (de estreno o no, no siempre es eso lo que los
particulariza) que atesoro en el recuerdo. Quizás hoy no le tenga
particular cariño a los dueños de los labios que besé, sin embargo, ese contacto
sigue teniendo el significado de un puente.
Puedo darme cuenta, con la cabeza, el corazón y otras partes del cuerpo más frías, que el escritor que me volvió loca de los 15 a los 19 besaba de una forma muy aburrida. Mecánica, casi. Un par de picos, boca abierta y la lengua que rotaba en la misma dirección, a la misma monótona velocidad. Lo que le imprimía sabor a esos besos era la sensación de habérmelos ganado a pulso, tras años y años de hacer tarea fina.
Otros besos, quizás más efímeros, tuvieron también ese saborcito a caza. No pesca, la pesca de besos es otro deporte... sino caza. Armar trampas y sutilmente llevar a la presa hasta que quede al alcance de la escopeta. Disparar, bang bang bang, con la boca amplia que me regaló la genética. Poner el cuello como señuelo, el escote como la red tendida. Disfrutarlos frescos, con los cuerpos asándose al fuego recién encendido. Uff.
Hubieron algunos besos inoportunos. Besos que instintivamente esquivé porque sabía que en ellos me jugaba tanto, que si el otro sólo estaba jugando conmigo quedaría desecha. Después, yo misma volví a generar el momento adecuado... para arrepentirme finalmente: mi instinto tenía razón! (Y tanta.)
Tengo sed de algunos besos. Pero no de esos cualquieras, que se consiguen en cualquier lugar donde haya gente alcoholizada. No, quiero besos como los que me desarmó el morochazo, que quebró todas mis barreras físicas a la media hora de contarnos nuestras vidas en un lugar traquilo. Quiero besos como los que dí en alguna plaza, retrocediendo diez años el reloj, para besar como nunca pudo la adolescente que fui. Quiero los besos que le dí al barbudo, de esos que me devolvió en los pies en vez de en la boca. Quiero besos como los tibios juguetes que más de una vez me supieron regalar.
Puedo darme cuenta, con la cabeza, el corazón y otras partes del cuerpo más frías, que el escritor que me volvió loca de los 15 a los 19 besaba de una forma muy aburrida. Mecánica, casi. Un par de picos, boca abierta y la lengua que rotaba en la misma dirección, a la misma monótona velocidad. Lo que le imprimía sabor a esos besos era la sensación de habérmelos ganado a pulso, tras años y años de hacer tarea fina.
Otros besos, quizás más efímeros, tuvieron también ese saborcito a caza. No pesca, la pesca de besos es otro deporte... sino caza. Armar trampas y sutilmente llevar a la presa hasta que quede al alcance de la escopeta. Disparar, bang bang bang, con la boca amplia que me regaló la genética. Poner el cuello como señuelo, el escote como la red tendida. Disfrutarlos frescos, con los cuerpos asándose al fuego recién encendido. Uff.
Hubieron algunos besos inoportunos. Besos que instintivamente esquivé porque sabía que en ellos me jugaba tanto, que si el otro sólo estaba jugando conmigo quedaría desecha. Después, yo misma volví a generar el momento adecuado... para arrepentirme finalmente: mi instinto tenía razón! (Y tanta.)
Tengo sed de algunos besos. Pero no de esos cualquieras, que se consiguen en cualquier lugar donde haya gente alcoholizada. No, quiero besos como los que me desarmó el morochazo, que quebró todas mis barreras físicas a la media hora de contarnos nuestras vidas en un lugar traquilo. Quiero besos como los que dí en alguna plaza, retrocediendo diez años el reloj, para besar como nunca pudo la adolescente que fui. Quiero los besos que le dí al barbudo, de esos que me devolvió en los pies en vez de en la boca. Quiero besos como los tibios juguetes que más de una vez me supieron regalar.
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