miércoles, 13 de junio de 2012

Algunas consideraciones sobre los besos se hacen a posteriori. Claro, una no va a andar comparando, midiendo, todo el tiempo. Menos que menos si tiene la boca entretenida con la boca de algún otro. U otros. Pero es inevitable, con el paso del tiempo, encontrar ciertos gustos, ciertos patrones, ciertas sorpresas. Hay algunos besos (de estreno o no, no siempre es eso lo que los particulariza) que atesoro en el recuerdo. Quizás hoy no le tenga particular cariño a los dueños de los labios que besé, sin embargo, ese contacto sigue teniendo el significado de un puente.

Puedo darme cuenta, con la cabeza, el corazón y otras partes del cuerpo más frías, que el escritor que me volvió loca de los 15 a los 19 besaba de una forma muy aburrida. Mecánica, casi. Un par de picos, boca abierta y la lengua que rotaba en la misma dirección, a la misma monótona velocidad. Lo que le imprimía sabor a esos besos era la sensación de habérmelos ganado a pulso, tras años y años de hacer tarea fina.


Otros besos, quizás más efímeros, tuvieron también ese saborcito a caza. No pesca, la pesca de besos es otro deporte... sino caza. Armar trampas y sutilmente llevar a la presa hasta que quede al alcance de la escopeta. Disparar, bang bang bang, con la boca amplia que me regaló la genética. Poner el cuello como señuelo, el escote como la red tendida. Disfrutarlos frescos, con los cuerpos asándose al fuego recién encendido. Uff. 


Hubieron algunos besos inoportunos. Besos que instintivamente esquivé porque sabía que en ellos me jugaba tanto, que si el otro sólo estaba jugando conmigo quedaría desecha. Después, yo misma volví a generar el momento adecuado... para arrepentirme finalmente: mi instinto tenía razón! (Y tanta.)

Tengo sed de algunos besos. Pero no de esos cualquieras, que se consiguen en cualquier lugar donde haya gente alcoholizada. No, quiero besos como los que me desarmó el morochazo, que quebró todas mis barreras físicas a la media hora de contarnos nuestras vidas en un lugar traquilo. Quiero besos como los que dí en alguna plaza, retrocediendo diez años el reloj, para besar como nunca pudo la adolescente que fui. Quiero los besos que le dí al barbudo, de esos que me devolvió en los pies en vez de en la boca. Quiero besos como los tibios juguetes que más de una vez me supieron regalar.



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