miércoles, 6 de junio de 2012



Todo encuentro es un rito. Al menos, para ella. Un triángulo equilátero, con su sonrisa instalada en el centro del mismo. Del triángulo a la rueda, de la rueda los besos pactados, los besos robados, los besos mordidos.
Esa noche era otra cosa, sin embargo. Se veían las caras por primera vez, entendían por primera vez la fina cadena que los unía a todos. No era sólo ella, no. La dueña de la sonrisa era el eslabón más visible, el objeto de deseo y de afecto de unos y otros. Había más cosas.
Dos puntas del triángulo tenían el mismo amor por el arte. Otras dos puntas compartían un sentido del humor entre ingenuo e ingenioso que lograba que los cuatro rieran a carcajadas. Otras dos puntas se volvieron confidentes. Un entramado de vínculos, lazos, emociones. Más que un entramado, una filigrana irregular, el copo de nieve único del aquí y el ahora.
Pero eso se vería después, sólo después. Había que pasar ese primer momento donde la palabra "mía" era más fuerte que cualquier cosa.
Ella se desvistió, simplemente. De a poco, fue despojando a sus compañeros. Un sorbo, una prenda. Otro sorbo, otra prenda. Desnudez. Cuatro pieles muy diferentes derramando sombras en la habitación. Intentó buscar una palabra, algo que decir, pero no había mucho más que esa realidad simple. Ya había agotado explicaciones antes, y seguramente habría mucho que hablar después. Los miró a todos, largamente, recorriéndolos. Sonrió.

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