domingo, 27 de mayo de 2012

Línea A

Viajé en el subte de la línea A, tren viejo, adelante de todo. Miré las vías, los cables, las luces, las bifurcaciones. Miré los extraños signos que parecen un juego de dominó, indicando momentos de frenada, supongo. Miré los semáforos que dan la señal para avanzar o detenerse, con su adjunto brazo que en otro momento sostuvo alguna banderita.
Cuando era chica, el subte era oscuro. Eventualmente, alguna claraboya permitía que ingrese algo de luz de la calle, pero salvo las estaciones y las luces del vagón, nada más se veía. Eso hacía del viaje una fascinante y algo aterrorizante experiencia... especialmente cuando en medio del recorrido, frenaba y se apagaban las luces. El tiempo quedaba suspendido y una ni se animaba a respirar.
Ahora, llenaron de tubos fluorescentes todo, le sacaron parte del misterio fantasmal que implicaba pasar por la estación que nunca fue tal, o apenas presentir los talleres.
Sin embargo, la línea A tiene algo de magia todavía. Algo de cosa retorcida, orgullo del siglo pasado. ¿Sabían que las distintas estaciones tienen azulejos de colores diferentes para que las personas analfabetas (antes más abundantes) supieran dónde bajarse? Las líneas curvas, las bifurcaciones, las vías que se separan y se vuelven a unir... los ojos que perciben los túneles como largos esófagos que tragan gente y ruido.



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