domingo, 10 de julio de 2011

La mujer tocó el timbre con decisión. Era tarde, lo sabía. Pero no importaba demasiado.
- ¿¡Hola?! ¿Quién es?
- Abrime.

El hombre no esperó que llegara el ascensor, ni se calzó. Bajó las escaleras de dos en dos para dejarla pasar. Ella no pronunció una palabra mientras subían al departamento. La dejó pasar, la siguió al dormitorio, fue empujado a la cama y con unas esposas que ella guardaba en los bolsillos de su tapado, atado. Una mano en cada borde. Un nazareno a punto de redimir a la humanidad.

De su cartera sacó varios elementos, que dejó fuera del alcance de la vista del hombre. Con unas tijeras heladas, le cortó la remera, en jirones prolijos. El metal acariciaba su piel y brillaba en la penumbra de la habitación.
Luego, le quitó el pantalón deportivo y la ropa interior. Un nazareno desnudo y pálido. Tembloroso. Jadeante.
Ella vaciló un momento. Tenía que ver las cosas desde otro ángulo, algo no cerraba. Se quitó el tapado y develó un corsette violeta ajustado, bragas negras con liguero. Se veía bien el conjunto con sus botas de taco algo y punta peligrosa. Subió a la cama. Puso un pie sobre el pecho del hombre y con el otro pie le dio vuelta la cara, para apoyarlo sobre su mejilla. Se quedó un buen rato allí, sintiendo los esfuerzos que hacía por respirar, observando el temor en su rostro.

Se bajó, buscó una pequeña fusta con mango negro y volvió su rostro hacia él. Lo vio tan encantadoramente pequeño y frágil que se avalanzó sobre su cuello, sobre sus orejas. Mordisqueó, lamió cuidadosamente, besó, acarició todo lo que quiso.
Y comenzó a bajar... hacia sus tetillas, hacia su ombligo y más abajo. Usaba las manos, la boca y la fusta para tocarlo...

Con los sentidos muy alertas a cualquier cambio en su respiración, gemido, movimiento, ella fue bajando por su cuerpo. De vez en cuando se apartaba y creaba marcas rojas con su fusta, un patrón prolijo de rectas que se entrecruzaban por sus costillas y pecho. Volvió a subir por su cuerpo, gateando, para besarlo profundamente en la boca, mientras con sus botas acariciaba su sexo, haciendo una presión rítmica y embriagadora. Con una mano, tomó un poco de su humedad y le embadurnó la cara...

Deslizó su boca hasta su sexo... pero no se detuvo allí, sino que le dobló las piernas y besó su escroto, la piel del perineo, entre sus nalgas más y más profundo... Luego escupió el mango de su fusta, usándolo para penetrarlo muy suavemente, buscando el punto de placer más allá del dolor: Su mano derecha empuñando el mango, su mano izquierda estimulando al sexo, y la boca alrededor de la piel delicada de los testículos. Cambiaba el ritmo sutilmente, para lograr excitarlo al máximo, sin haberle dado aún el permiso para dejarse llevar y acabar por fin, obligado a contenerse pese a todo.

Suavemente fue despegando el contacto... dejando la fusta de lado, apartando sus manos y su boca, creando un espacio suave y frío donde todo lo que no era ella, era angustia. La luz que antes los bañaba había sido apagada. Ella se alejaba, lo dejaba ahí atado, lo dejaba perdido en su placer, en sus ansias, conocedor del dolor, lo dejaba lleno de marcas y se iba. No estaba. No venía siquiera a golpearlo una vez más.

Las lágrimas se resbalaban incautas por los ojos del hombre, pero ni un sonido podía escaparse de sus labios. Se escuchaban terriblemente cercanos los ruidos de la calle, pero en el cuarto reinaba el silencio. Recién cuando empezaron a escucharse los sollozos, unas manos heladas soltaron una y otra esposa, sentaron amorosamente a la criatura temblorosa. Un cuerpo de mujer desnuda lo abrazó profundamente, le clavó las uñas en la espalda, lo besó fuertemente y, ofreciéndole un mar entre sus piernas, lo acunó hasta extenuarlo. Cambió lo salobre de las lágrimas por lo salobre del sudor. Le ofreció algo mejor que un consuelo, algo peor que una respuesta. Se le dio por entero y no fue necesario que lo reclamara para ella.



5 comentarios:

  1. Queremos más!

    (por cierto, buena elección de foto... me pregunto de dónde la habrás sacado :D)

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  2. jajajaja la otra parte es un regalo para una persona en particular. No quiero que nadie la lea hasta que no la lea él... y la foto... me la prestó un amigo del otro lado del océano. Quizás lo conozcas ;-)

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  3. Es posible que lo conozca, sí.

    Aunque yo sea un estudiante del Camerún, estuve por su tierra asistiendo a un seminario sobre Haile Selassie y creo que estábamos sentados en la misma fila... ;)

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  4. Guau, realmente luego de leer este relato mis ratones estan entrenados para una maratón, alabanzas para quien termine de lea la otra parte del relato......
    CM

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