martes, 30 de abril de 2013

Me puse el traje gris, subí al subte, pude sentarme. Recibí la llamada suya justo cuando la puerta se cerró "hoy no voy a cenar. No, mañana tampoco. Quiero que dejemos de vernos". Hice un recuento mental: las zapatillas, el par de películas, una remera. Todas sus huellas en mi casa cabían en una bolsa de supermercado.

Nada que me perteneciera había quedado en su dpto. Siempre anduve de puntillas, sin ruidos y sin huellas, sin marcas de territorio o cercos, con él.

Ese día fui la empleada más eficiente de la firma. Volviendo a casa, mandé el típico mensaje pirata: "en qué andás? Querés q nos veamos?". Por las dudas, se lo mandé a tres. Alguno libre tenía que estar.


No contaba con el pequeño detalle de la tecnología delatora. Dos de ellos estaban en pareja, y el tercero se dio cuenta de mi manotazo de ahogada. Se me cagó de risa por sms, ofreciendo un café y charla. Sólo charla. Que tenía algo importante que contarme. 

Me arreglé apenas, y fui al bar donde siempre nos solíamos cruzar con ese chongo. Para encontrarme con que sí, efectivamente, tenía MUCHO que contarme. Porque estaba dejando de ser él para ser ella. 

Pensé con amargura que ya me parecía que cogía demasiado bien y que era demasiado considerado, aún en su papel de chongo. 

Estuvimos hablando un rato de todo el lento y burocrático proceso, de las hormonas, de las emociones que desconocía fueran tan poderosas. De operaciones, de ropa. De amores. De miedos y soledades. 

Esa noche terminamos en mi casa, pero llorando nuestros miedos, abrazadas. 


A la mañana siguiente, cuando con el traje azul me subí al subte, recibí otra llamada suya. Que estaba confundido, que no sabía lo que quería, que nos tomemos un tiempo, mejor. Corté sin decir nada. Hice un recuento mental: horas, días, noches pasadas juntos. Después de haber dejado mis miedos en el hombro de quien ya nunca más sería uno de mis hombres, no parecía un premio muy atractivo por esperar. 

Pero también me confundí, y ese día equivoqué las cuentas, mezclé los sobres, mandé mails errados. Volviendo a casa mandé el típico mensaje de abandono: "vení a decírmelo en la cara". 

Esa noche no vino. 

Vino mi insomnio. 

Vino mi gata.

Vino el vino. 

Pero él no. 

Tampoco contestó. 

Finalmente, vino el adios. 

Hice un paquete con sus cosas, las metí en una encomienda. De 3 a 6 días tardaría en llegarle a su casa. 

Me puse el vestido negro. El luto de las cosas que nunca fueron. Subí al subte. En vez de buscarlo online para saludar, abrí uno de los jueguitos. Hasta era más entretenido. 


EvaLilith
2013





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