jueves, 21 de febrero de 2013

Rodolfo Braceli, reportaje al desconocido de siempre


(corté la cháchara de presentación, pongo directo las entrevistas)

- Hace 24 Años - 
Uno se acuesta a dormir, pero no puede. Cuatro horas para el alba. Recuerdo aquel lejano primer encuentro con Valentín Céspedes... Ud., lector, ¿sabe cómo se dice pan, cómo se dice azúcar? ¿Sabe lo que significa la palabra pan, la palabra azúcar? Yo creía saberlo. Pero en realidad lo empecé a aprender cuando conocí a Céspedes. Ahora desvelado, revivo aquel primer encuentro: llegamos a su rancho. Con el sudor de la jornada puesto, nos extiende la mano: "En este buen día, Valentín Céspedes tiene el gusto de conocerlos". Y enseguida ofrece cuanto tiene en su casa sin puertas con las puertas abiertas. Rancho de un solo ambiente, de cinco por seis, y un alero que sirve de cocina. Después, don Valentín nos presenta a sus siete hijos, a su mujer, a un yerno que es mayor que él, a dos nietos...
- Éstos son mis padrecitos. Están tiernos mis gajos, pero qué le vamos a hacer, dos de ellos ya tienen que trabajar porque juntando las tres hachas agregamos un poco más de azúcar al mate cocido. Trato de quitarle horas a su esfuerzo. Mis padrecitos están tiernos. Ya tendrán un tiempo largo para doblar el lomo. 
- ¿Le alcanza para vivir, don Valentín?
- Alcanza para vivir un día más. Cuando nos va mejor, arrimamos carne a la olla y le ponemos pilas a la radio. Pasamos tiempos flacos cuando mi mujer se puso amarilla por la bilis. Pero ya está bien para los haceres del rancho. 
- ¿Y su salud, don Valentín?
- Yo firme. Sabe el señor que no me puedo enfermar todavía. Recién me podré enfermar cuando mis padrecitos mayores, Isidro y Crisóstomo tengan el lomo robusto para el volteo. Hay muchas cosas injustas por estos suelos, pero en ésta de mi salud no puedo quejarme. 
- ¿Cuáles son esas injusticias?
- Injusto es vivir sin poder enfermarse. Injusto es tener que aceptar, sin estar presente nunca, el conteo de troncos que hace el patrón. Injusto es no tener escuela, ni maestro siquiera, para mis padrecitos. Injusto es estar condenado a la injusticia. No hay comisario, ni hay juez, ni hay político que nos escuche. 
Desvelado, sigo recordando aquél primer encuentro con Valentín Céspedes: por entonces él tenía 49 años. Cuando pusimos en hilera a su familia para la fotografía, sucedió algo conmovedor. La más chica de las hjas tenía la carita llena d eronchas. "Para que salga tan bonita como viene siendo le pondremos harina"- Harina, maquillaje de los pobres. Después de las fotos, otra vez las palabras de Céspedes:
- Uno a prende a vivir, sabe. Cuando escasea la comida primero comen los niños más chicos, los que no comprenden por qué la olla está tan floja; después comen los padrecitos que están creciendo para el hacha; después come la madre. Al final, si queda en el fondo, como yo... Verlos comer a ellos no engorda, pero es como el azúcar que necesita el cuerpo de todo hachero. Al otro día uno se acuerda del comer de sus padrecitos y el aliento le dura un sol más. 
- ¿qué quiere para sus hijos?
- Escuela
- ¿Nada más que escuela?
- Eso es lo primero principal. Proque no sólo de pan y azúcar vive el hombre. Hace años que pido y pido aunque más no sea dos meses de enseñanza de palabras y números para mis hijos. Le he hablado al patrón, le he hablado a otros hacheros, les he hablado a esos políticos que vienen, promete y se van. Unos dicen que sí, otros dicen que no, otros no dicen nada. Para nosotros, gobierne quien gobierne, es igual. Antes de las elecciones nos verán y después ni la hora nos darán. Pero yo no pierdo la fe en la esperanza. 

Al final de aquel encuentro, Céspedes se puso a talar con el mayor de sus hijos. Cuando me acerqué me dijo: "Lo invito a escuchar nuestra cnversación. Las hachas dicen palabras, Mi hacha dice pan. El hacha de mi padrecito dice azúcar... ¿escucha?... Arrímese amigo... pan... azúcar... pan... azúcar..."

Cuatro meses después fue cuando don Valentín bajó a Bs As. Un viaje de ocho días, propiciado por la televisión. Sus primeras vacaciones. Don valentín, recién llegado, vivía su primera vez en tantas cosas de la mentada civilización. Céspedes contaba así su asombro de aquellos días: "Pero la gran siete, que caminan rápido en esta Bs As. Todos andan disparados como si ahorita estuviera por llover..." Y más asombro todavía: una voz lo llamó por teléfono al hotel para saludarlo, la voz de Mercedes Sosa. 
Pero no se quedó en anécdotas aquél Céspedes. Dijo lo que tenía que decir. Aprovechó un programa de televisión para pedir un maestro para sus hijos. Sólo un maestros. Y el tiempo, con sus días, fue pasando. Y la década del setenta quedó atrás. Y la década del ochenta quedó atrás. Y promedia ya la década del noventa. 
Ahora, en este minuto de la eternidad -26/09/1995 - hay tres gallos que alternan su canto. Cantan, o tal vez discuten cuál de ellos anunciará la inminente aurora. Abro la ventana del pequeño hotelito de Pampa del Infierno. Las seis en punto. En un rato estaremos de nuevo con el hachero Céspedes. 

- Don Valentín, 1995 - 

No hace falta preguntar cuál es el ranchod e Don Valentín. Frente a él nos está esperando con su mujer, algunoshijos y un racimo de nietos. Están en hiilera, como hace casi 25 años. La hija que entonces estaba en sus brazos maquillada con harina, es ahora madre de tres niños. Don valentín sigue con su sonrisa enarbolada, la cintura algo inclinada. Me dice con toda naturalidad:
- Sabía que un día nos volveríamos a ver. Uno tiene fe. Y por tener fe suceden estas cosas. Aquí ve conmigo los gajos de mi tronco. Tuvimos un hijo más que se llama Luis y hoy por hoy 45 nietos asoman. 
(subimos en una camioneta apta para afrontar el monte. Ya vamos rumbo al obraje. Allí trabajan dos hijos de don Valentín, y también él.)

- ¿Y cómo anda, don Valentín?
- Cuando puedo en bicicleta, cuando puedo con estos pies
- Ya veo. No ha perdido el humor.
- Pero la salud, si. Mi cuerpo anda descalibrado. descalibrado como un aparato que se echa a perder... tengo la columna muy maltrecha, y una hernia que a veces no me deja ni toser, ni alzar un tronco... Y tengo  la muñeca del brazo izquierdo que a veces se queja y me abandona sin permiso... Pero uno sigue. Le ruego a dios ue me sane y por ahí dios se acuerda y me consigue una buena salud. Enfermedades del estómago no he tenido, pero de accidentessí. Todo empezó cuando hace algunos años me arrastró la palanca del torno de los rollizos. Estuve sesenta y cinco días en manos de doctor. De doctor distraído, porque me dejó con un tumor en la cadera, por el hueso infeccionado. Después de mucho me puse en pie. Y los pies me sostienen. No tengo queja para mis pies. 
- ¿Por qué cambió de obraje?
- Por la salud de mi último padrecito. Vino con asma. A cada cambio de tiempo se nos desvanecía un poco más... Pero también tuve que dejar el obraje porque empezaron los problemas después que mi patrón leyó  la escritura que ud. me hizo en la revista... Me llamó y me dijo: "Céspedes ¿por qué anda diciendo que los hacheros toman agua en donda hay bichos? Yo le contesté: "Mire el agua que tomamos. Verá los bichos". Y me dijo: "céspedes, ¿por qué anda diciendo que los hacheros duermen en el suelo". Y yo le contesté: "Mire donde dormimos. Verá que es en el mismo suelo" Y me dijo: "¿Por qué no pide permiso, Céspedes, para andar hablando lo que habla con extraños? Y yo le contesté: "El opinar de mi cabeza es el que dicta mis palabras. A mi entendimiento le pedí permiso- Y mi entendimiento me dijo que dijera lo que dije"
- ¿Y después qué pasó?
- Después no me quise desacatar con el patrón que nos mandaba. Y abandoné toda discuión. Pero enseguida me empezaron a perjudicar con el conteo, con la entrega de mercaderías y tuve que buscar un patrón de mejor corazón... Pero no guardo rencor. A mi padrecito más chico le conseguimos la salud y un poco de enseñanza. 
(Por un sinuoso sendero llegamos con don Valentín al corazón del monte. Aquí trabajan dos de sus hijos. Talan árboles, preparan la leña, la colocan en un inmenso horno y de allí, después de varios días de fuego lento, sale el carón. Ese carón cuando se expende en Bs As, vale 15 veces más)

- ¿Ud. sigue hachando, don Valentín?
- Poco y nada. TRes o cuatro días por semana veno al monte a ayudarles a mis dos hijos. Les preparo la comida, les ayudo en las tareas de menos fuerza. Mi cuerpo no me deja hacer más. 
- ¿Cuánto gana por día cada uno de sus hijos?
- Unos cinco pesos por día. A veces pueden sumar 23 días al mes, a veces unos 20 nomás. 
- ¿Y ud. cuánto cobra como jubilado?
- Ni para un vaso de agua. 
- ¿Menos de 100 pesos  por mes?
- No, menos no. Nada. No  pude jubilarme. En el obraje uno va de patrón en patrón, de mano en mano. Si yo exigía la jubilación, el sueldo no me alcanzaba para nada. Error mío fue no exigir. Pero la desesperación me hizo cometerlo. Tenía que mantener a mis padrecitos. Las veces que reclamé mi credencial de trabajo nunca me dijeron que no. Me decían "vení mañana". Y mañana iba. Y me decían "vení mañana" y así hasta que me entraba el aburrimiento. pero no todo ha de ser lamento en la vida. Cosas gratas tengo para contarle. 
- Cuénteme alguna.
- Tengo todos mis hijos vivos y mi patrona con salud y mis cuarenticinco gajos... cosas lindas vienen pasando en mi familia: el primero y el último hijo nacieron el mismo día: el 16 de agosto los dos. Y hay otros dos, en el medio, que nacieron un 5 de diciembre. Y yo con la  vieja también he nacido el miso día: el 14 de febrero. Pero con diez años de diferencia. ¿Vio?, debemos estar por todo esto muy agradecidos a dios. 
- ¿Agradecidos por qué?
- Porque celebramos los cumpleaños de a dos y así con la misma olla hacemos dos fiestas.
- ¿Todos sus hijos trabajan en el obraje?
- Casi todos. El mayor, Ricardo, ya no puede trabajar. Enfermó de los pulmones. Y lo tenemos quieto. Entre todos hacemos por él... Si los pobres no nos arreglamos con el amor, no nos queda otra cosa que morirnos. O la botella. 
- ¿Ud. sigue sin beber vino, don Valentín?
- Sí, eso he preferido. Para tener más aliento. Si alguna vez se me fue algún dinero fue en diversiones como el baile y la taba. Y alguna cosa más. Pero chupar no. Mi cuerpo no ha usado el vino... Ay, mi hernia.
- ¿Y qué espera para operarse?
- Por aquí no tenemos tiempo para enfermarnos. No le conviene al hachero acostarse y caer en cama. No estamos para semejantes lujos, sabe.
- ¿Y qué me cuenta del maestro que hace 25 años ud. buscaba para que les enseñara a sus hijos y a los chicos cercanos? ¿Al fin lo consiguió?
- Nunca llegó a Pampa Juana ese maestro. Nunca me oyeron aunque sabemos que hay tantos maestros sin trabajo. La ignorancia es peor que el hambre. Porque la ignorancia nos acostumbra al hambre. 
- ¿Ud. pudo estudiar en alguna escuela?
- Estudié las letras y las palabras seis meses. Y algo de números, se sumar y sé restar, y sé multiplicar y sé dividir. Yo me crié solo, sin quien me gobierne, sin instrucción ni lección. Mi padre murió muy pronto. Mi padrastro no me quiso cerca. Yo crecí de mano en mano. Tuve la suerte de estar seis meses con un maestro. Me puse práctico en eso de escribir. Pero a los 9 años ya estaba abandonado y me encontré con el hacha, y desde entonces a hoy esa ha sido la vida. Mucho me hubiera gustado tener dos o tres años de escuela. Cuando uno no sale duro de la cabeza, dos o tres años de escuela lo ayudan a encontrar más justicia en el mundo. 
- si pudiera, ¿se pondría a estudiar ahora, don Valentín?
- Eso sería como recibir muchos panes y azúcar para tantos y tantos días.
- ALguien que responde así, como ud., está para vivir muchos años. 
- Tengo mis setenta y dos. Con tres más ya está bien. Este cuerpo no se halla en el último cansancio, pero tiene dolores que no lo dejan hacer los trabajos. Yo le pongo a mi vida tres años más. No haré como mi madre, que murió a los noventa y dos. 
- Pero don Valentín, déjese de embromar y déle un par de ´decadas más. 
- No. Está bien así. 
- ¿No ve que si ud. pasa los noventa, dentro de veinte años yo le hago otro reportaje? Así me aseguro yo también. 
- No está mala su ocurrencia, Rodolfo. No está mala. Pero con tres años más me considero bien cumplido. Y ya puedo dejarle mi lugar a otro. 
- ¿Le gustaría hacer otro viajecito a Bs As?
- Si fuera para conseguir maestro para los niños que están más lejos, adentro del obraje; si fuera para que los que son muy leídos se oponagan a la injusticia de toda injusticia, si fuera para eso, iría. Y para ver a doña Meredes Sosa. Y para estar con don Luis Landriscina. 
- ¿Qué opina de Bs As?
- Bs As está lindo cuando hay plata... allí no se ata perro con chorizos.
- ¿Cómo es esto de atar perro con chorizos?
- Si al perro se lo ata con chorizos, enseguida el perro se los va a comer y va a estar suelto. No hay perros inocentes, sabe.
- ¿Y hay personas inocentes, don Valentín?
- En estos lugares algunos hombres inocentes hay. Le cuento la historia de un hombre inocente: aquí, el año pasado, mi hijo encontró un hombre perdido en el monte. Estaba extraviado, sediento. Y ya andaba en cuatro patas, arrastrándose, cuando mi hijo lo vio y se dio cuenta que era un cristiano. Lo trajo a su rancho, le habló bien, le hizo té primero y le dio mate después. Al rato le dio agua y algunas cosas mascadas porque el hombre estaba hambiriento. El hombr eno era peligroso, no era mano ligera; por el mirar de su mirada no podía ser robón. Y bueno, el hombre agarró fuerzas. Al tiempo rumeó para el norte, en busca de otro trabajo... Otra vez se perdió en el monte, se quedó sin comida, sin agua... así llegó hasta una estancia, en cuatro patas, y desesperado se arrojó a un bebedero de esos que usan para los animales de hacienda... Allí estaba tendido, bebiendo, cuando supo venir el patrón del campo y le pegó un tiro con la escopeta y lo mató. Después el poderoso se defendió diciendo que el sediento había querido violar a la hija. Pero el hombre no tenía capacidad para eso. Era un indefenso. Era un hombre inocente que tenía sed. Sabe, murió por tener sed.
(Los amigos que anoche nos agasajaron con un chivito asado, ahora están preparando el fuego para dorar otro. Los hijos mayores de Céspedes siguen con su faena, apenas la han interrumpido para un saludo de pocas palabras. El sitio donde duermen con don Valentín, en este monte, no tiene paredes. Unas latas por techo, tres camas hechas con lonjas de árboles, unos cueros para cubrirse y nada más. Cuando baja el frío, si hay sitio, duermen en el interior del horno donde se hace el carbón "Trabajamos desde que el sol nos empieza a alumbrar hasta que el sol nos deja de alumbrar. De lunes a sábado. Los sábados a la tarde bajamos al pueblo para estar con las mujeres y los hijos, hasta el domingo" El único detalle de confort que se observa es una vieja radio a trnasistores. En el interior del horno sigo conversando con Céspedes)
- Don Valentín, esto de ser hachero, de talar árboles, ¿no le ha dolido?
- Y cómo no iba a dolerme. Sé que el mundo se va quedando sin árboles. El desierto es más grande a cada día nuevo. Los árboles que tumbamos le cuestan a la vida cincuenta, sesenta años de crecimiento. En cuestión de minutos caen. Acá, por donde mire alrededor hay muchos bosques violados. 
- ¿violados por quién?
- Por los violadores de bosques. Que eso son. Gente prepotente que tiene máquinas, topadoras. Gente que tiene razón porque tiene plata. Se declaran dueños de miles de hectáreas. Emplean brutos que necesitan ganar, como yo, su pan, como mis hijos, su pan. Arrasan durante un tiempo y desaparecen. 
- ¿Hasta sus oídos llegó la palabra ecología?
- Mi ciencia es poca y no ha recibido esa palabra... Pero adivino que tiene que ver con los violadores de bosques. A mí me ha dolido hacer el trabajo que hice. Pero más me iba doliendo el hambre de mis hijos... Entre los dos dolores he tenido que elegir. Triste elegimiento, sabe... Pero haciendo lo que hacía h sentido siempre el dolor de cada árbol. 
- ¿Los árboles sienten dolor?
- Pero tal cual. Como las personas. Proque a un árbol cuando se le pega un tajo, si se fija bien, ve que le sale lágrima. Yo sé del dolor de los ábroles. Tanto me gustaría terminar mis días defendiéndolos, siendo guarda-árboles, siendo guardabosques. Pero no sé si podré hacer eso. Y no sé tampoco si veré cómo se hace justicia con la injusticia. 

(Los amigos cantores sigue arrimando brasas para el asado. Mientras, cantan una canción que viene al caso: "A ese Julio Arce.. que allá en Balncarce.. juntando papas... sin espalda se quedó..." Me acerco, les pido los nombres de los cinco y me dicen "Fernando Videla, Darío Pereyra, Luis A. Casttillo y Horacio Colman" Les pregunto por el nombre que falta. Me dicen "Éstos son los nombres de los cinco". Les reitero: "m edieron cuatro nombres. Falta uno" Me explican "Lo que pasa es que dos de nosotros tenemos exactamente el mismo nombre: Luis A. CAstillo. Pura casualidad"

- Don Valentín, ¿puedo preguntarle si alguna vez fue feliz?
- Feliz vengo siendo. Muy feliz en la vida... no me ha faltado, como dice la canción, un vasito de agua fría, un beso de la boca de ella y mis hijitos y mis gajitos. He criado a mis hijos con sacrificio, pero me han salido buenos y amables con sus pares. Y me siento dichoso por eso. Pero cuánto me hubiera gustado darles escuela, un maestro. Hay que cuidarse de la ignorancia, sabe. Porque la ignorancia termina por embrutecer el cuerpo, y embrutecer el alma y hasta embrutece el corazón.
- Otra vez se toma de la cintura, don.
- Es que no deja de doler. Uno se acostumbra a todo. Y se acostumbra al dolor. Será que ahora lo que me duele es la costumbre.

(Don Valentín se aparta un momento para darles una mano a sus hijos que están subiendo un pesado tronco al carro... y pienso en nosotros, en los cuidadanos, en los alfabetos, en los que comemos con mantelito... Deberíamos detener el vértigo que nos lleva a ninguna parte, hacer una pausa en la obsena frivolidad nuestra de cada día; deberíamos reflexionar, a fondo ¿no habrá una manera de darles una jubilación a V. Céspedes y a los miles de miles que, como él, lo dieron todo pero siguen a merced de la intemperie? Dar, claro, sin que signifique el analgésico de la beneficiencia. Faltan menos de cinco años para el siglo XXI. Algo que no sea discurso tenemos que hacer. No es posible que hayamos extraviado la conciencia. No es posible que hayamos perdido la consciencia. No es posible que hayamos perdido la vergüenza... ¿Acaso vamos a cambiar el mundo? Aunque es imposible, damas y caballeros, sí, tenemos que cambiar el mundo)

- don Valentín, ud quería decirme algo. 
- Nada.. nada... sólo quería decirle que hice cuanto pude... y cuanto pude es tan poco, es tan poco. Mis padrecitos siguen agarrados por la pobreza... ay... y mi cuerpo ya no sirva para hacer las fuerzas...

(Don Valentín, un hombre duro, repentinamente se quiebra. Ha apoyado su cabeza en el mango del hacha. Inclinado, llora en voz alta. Llora como sólo se animan a llorar los niños. Con la espalda doblada está... No sé qué hacer. Me quedo sin palabras. Apenas si le pongo la mano en el hombro. Don Valentín llora y se disculpa por eso)

- Perdonemé, perdonemé Rodolfo. Perdonemé. Yo hice cuanto pude, pero pude tan poco. 
- Vamos don Valentín... ¿Ha perdido la fe en la esperanza?
- No, Rodolfo. Eso nunca. Cuando pierdo la fe, tengo esperanza. Cuando pierdo la esperanza, tengo de. Por último, sabe, siempre tengo fe en la esperanza. 

(Se endereza. Se abraza a uno de sus nietos, que anda por allí. Recupera la luz de su sonrisa. Al oído le dice que no camine descalzo por el monte. El fuego brota en una parva de arbustos resecos, a espaldas de don Valentín. Después, se arrima a uno de sus hijos y olvidándose de su hernia y de su columna, toma el hacha para terminar con un volteo)

- Vamos, hijo. Mi hacha dirá pan. Su hacha dirá azúcar. 
- ah, papá... lo haremos como antes.
- Si, hijo, como antes. Ahí vamos... mi hacha dice pan...
- ... mi hacha dice azúcar.
- Eso es... pan...
- Azúcar...
- Pan...
- Azúcar

(El árbol se inclina sin retorno. Don Valentín, muy despacio, se endereza. Jadea. Un rato más y compartiremos el asado. Después, el intolerable momento de la despedida. El abrazo que nos estamos por dar, se queda ahí, suspendido en un tenue apretón de manos. No nos animamos a decirnos adiós. Don valentín, bajito y al oído, me dirá algo más)

- Sepa perdonar mi llanto, Rodolfo... Con el corazón, este viejo le promete que nunca perderá su fe en la esperanza.



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Estuve releyendo un libro de entrevistas de Rodolfo Braceli, "Caras, caritas y caretas". Más allá de la joya de Alicia Moreau de Justo, las entrevistas del libro tienen para mí un valor testimonial bastante fuerte. Leer a Tinelli contestando abiertamente preguntas personales en el ´91/´92 cuando recién comenzaba a ser éxitoso y cuando el éxito ya lo había arrastrado; por ejemplo, es interesantísimo. La Coca Sarli mostrando una candidez a toda prueba, Rucci 15 días antes que lo maten, etc. Esta entrevista cierra el libro, y tan cerca del asesinato de un miembro del MOCASE, quiero aprovecharla para que todos pensemos que los que están siendo violentados, son personas como Céspedes, que luchan para que lo que hagan no sea poco, para que la pobreza esclavizante que mata al monte no siga. 

Dejo acá este (largo) llamado a la reflexión y me voy a meditar un poco sobre mi pelotudísima vida mientras estoy acá frente a la compu, haciendo nada, y otras personas se desloman, y con esta lluvia hay miles durmiendo en la calle, y tanta tierra que se podría sembrar y tantas cosas que me cuesta mucho pensar, porque yo no sé si llego a hacer todo lo que puedo. Y lo que puedo es tan poco...


Eva Lilith
2013

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