sábado, 22 de diciembre de 2012


La vieja hablaba sola, en el andén de la estación. Que ella se compraba las cosas que necesitaba, que igual nadie le convidaba nada. Que a ver qué pasaba con el tren que no venía y con la gente que se apiñaba. Vastallartodo, vastallar.

Subió al tren repleto, pan nuestro de cada día en el Sarmiento. Comenzó a gritar si alguien le podía dar el asiento, que si no se daban cuenta que estaba embarazada. A pesar de sus sesenta años largos, la mina gritando fue lo suficientemente incómoda como para que alguien le cediera su porción de tranquilidad.
Luego, de debajo de su blusa floreadita, donde estaría su vientre repleto, comenzó a sacar bolsitas de tutucas. Le ofreció una bolsita al señor frente a ella (la rechazó), abrió otra y empezó a comerse a sus hijitos de maíz inflado.

Estos son los hijos que nunca llegué a tener. Los que tuve, ni sé dónde andarán, malagradecidos. Pero, no vé? ¿No vé que estoy embarazada? Mi próximo hijo va a ser fuerte, va a ser inteligente, va a ser lindo, lindo, lindo como el padre.

Nos bajamos en Merlo, con el nene. Tomamos un colectivo.
Horas después, en el barrio Libertad, pasó la misma vieja, con sus bolsitas de tutucas. La miré, me miró y guiñó un ojo.


EvaLilith
2012

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