lunes, 9 de agosto de 2010

Personas I - Marko

Hace algunos años, había ido a bailar sola a la Glorieta. Era una muy bonita noche de verano, pero no había tenido suerte con los bailarines. Lamentablemente, cuando el primero que te saca a bailar es medio desastroso, los que te vieron bailar con ese no saben si el desastre es por él o por vos... y por las dudas, evitan invitarte luego.
Ya a punto de irme, divisé apoyado contra una columna a un muchacho definitivamente lindo. Y me miraba. Rompiendo con el protocolo tanguero cabeceé a ver si se acercaba, pero pareció no entender. Caminé los metros que nos separaban y al mirar de cerca, me dí cuenta de algo: el muchacho que ya me parecía alto, estaba 2 escalones por debajo del piso. Bueno, eso ya era demasiado alto, pero, no perdía nada preguntando si quería bailar. Me contestó con un castellano dificultoso que lo sentía mucho, pero no sabía. Decepcionada, fui a buscar mis cosas y me dispuse a volver a casa.
Bordeé barrancas de belgrano y me dispuse a tomar por Juramento. En eso siento pasos y cuando me doy vuelta veo al gigante rubio detrás mío. Ups. Dio un par de zancadas y me dijo que se sentía muy mal por haber dicho que no a la invitación, y me preguntó si le aceptaba un café en el bar de enfrente. Ya que estaba... acepté.
Ahí, mitad en castellano, mitad en inglés, me enteré que Marko era serbio, que había estudiado administración en EEUU y que su compañero de cuarto, argentino, lo había convencido de visitar el país para unas vacaciones. Vino, y le gustó tanto Buenos Aires que decidió radicarse aquí.
Era jugador de básquet, o volley, la verdad no recuerdo bien. Y por ser buen jugador había podido estudiar en yankeelandia. Aquí, jugaba para un equipo chico como para no perder la costumbre.
Marko había atravezado todo el mundo, había viajado, había estudiado, había aprovechado sus oportunidades como un regalo después de ver su país, su ciudad, algunos de sus amigos, padres de sus amigos morir por consecuencia de una de las tantas guerras.
Yo me terminé mi café, y fui muy amablemente acompañada hasta la parada del colectivo. Me lo crucé alguna que otra vez en la Glorieta, bailando salsa; o por msn.
Me ayudó a reconocer y disfrutar un poco más de mi ciudad. Él marcaba como hecho notable la cantidad de museos gratuitos o casi que hay aquí, los festivales y actividades culturales, la misma Glorieta que tan común me resulta. Gracias a Marko, pude ver la ciudad con otros ojos y aprendí a disfrutarla como si no fuera de aquí.

3 comentarios:

  1. Tíene su cuota de valentía lo que hizo, es decir, el perseguirte para invitarte. Exponerse a bailar si no sabía era un suicidio que no hubiera parecido ni siquiera "tierno".

    Buena anecdota

    Beso

    ResponderEliminar
  2. Para nada le niego la cuota de valentía. De hecho, me pareció un gesto encantador...

    ResponderEliminar
  3. Tengo una hipótesis evolutiva sobre el temor masculino al ridículo en la pista de baile.

    El baile expone coordinación, agilidad y equilibrio. También imaginación y la capacidad de interactuar con otro cuerpo (especialmente la capacidad de dirigir el movimiento de otro cuerpo, en los bailes con contacto).

    Me parece que no se trata sólo de sexo, ni de pura demostración artística, sino que es testimonio (no necesariamente fidedigno) de las habilidades marciales del bailarín.

    A una mujer le interesa qué tan bueno un varón es peleando, pero no necesariamente se ve atraída por el buscapleitos que probablemente vaya a terminar mal. Así que el baile es una oportunidad para evaluar su posible desempeño en un enfrentamiento físico sin que nadie salga lastimado.

    El promedio en la curva de virtuosidad marca el punto crítico (al menos en mi teoría) por debajo del cual a un varón deja de convenirle bailar. El punto bajo el que si es atrevido y valiente va a salir peor parado que si arruga cobardemente.

    Por cierto, no bailo ni que me paguen. xD

    ResponderEliminar