jueves, 26 de enero de 2012

Asma II

Tenía que entrar a los jardines del Larreta. Era así, cuestión de vida o muerte.

Me levanté sobresaltada, me vestí a los apurones con un vestido de verano cualquiera y prácticamente corrí a la avenida. Cualquier colectivo que me acercara estaría bien, yo sólo tenía que estar ahí.

La puerta del museo estaba abierta, apenas entornada. El paso a la casa despejado, la búsqueda del portal al verde con ayuda de la linterna del celular realizada.

Ya había llegado.

Los jardines respiraban vacío, mis pasos se sentían raros allí, detenidos. Me despojé de las sandalias blancas, optando por sentir la piedra, la tierra, las hojas en mis pies. Me imaginé acechada, me imaginé al acecho, percibiendo una respiración entre las hojas que llegaba de todas partes y de ninguna.

Ni bien encontré a la criatura le revoleé con rabia mis tacos, primero el derecho, dejando que se recuperara del susto y volviera su confianza antes de revolearle el izquierdo.

- ¿Para esto me llamaste? - Momento, "me llamaste?" cómo, si no sonó mi teléfono, si no recibí mensaje? pero sí, me llamaste.

La respuesta no llega, se ahoga y queda susurrada. Me acerco a su boca y apenas puedo en la oscuridad leer el lle-va-me-a-ca-sa de sus labios.

No tengo ganas de acceder a ese ruego, porque me llamaba el jardín, además de llamarme él.
Niego con la cabeza, termino acercándome de todas formas.

- Te llevo, te acompaño, pero con una condición: vas a tener que encontrar la fuerza para salir trepando el muro.

Me fui, lo dejé encerrado trabando las puertas con sus antiguos cerrojos. Esperé.
Del otro lado de la pared aún podía oir la respiración desesperada del hombre. Estaba cerca de una de las ventanas enrejadas, podía adivinar por el reflejo el trabajoso movimiento ascendente, mirando de refilón entre el hierro forjado.

Lo hizo. No lo pude creer hasta ver su cuerpo agotadísimo, transpirado, helado y anhelante de aire aún, pero a mi lado. 
Quise dejarlo ahí tirado. Tuve el impulso de huir, rápido, más rápido de lo que había llegado.

No me miraba. Sus ojos clavados en el piso, el pecho subiendo y subiendo bajar más.
Estiré la mano para llamar un taxi, lo metí dentro y saqué de mi bolso el inhalador que se había olvidado en mi casa. Su casa quedaba cerca, pero no me daban las fuerzas para llevarlo a la rastra en ese estado.
Busqué las llaves en los bolsillos del pantalón gastado. Sentí sus piernas, su brazo colgado de mi cuello. Tanteé para encontrar la forma de entrar y la rabia cedió. Una pena infinita hacia ese gran pez fuera del agua que se ahogaba y se ahogaba. Se desarmó por completo cuando se sintió a salvo, le devolví su inhalador y me fui lo más rápido posible, antes de perder el aire, antes de necesitar respirarlo entero.

EvaLilith
2012




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