viernes, 23 de septiembre de 2011
Plagiando
viernes, 9 de septiembre de 2011
Viernes por fin

La semana había sido, como de costumbre, una sucesión de corridas de acá, para allá, de trabajo, de aburrimiento, de proyectos propios para los que el tiempo escaseaba.
jueves, 8 de septiembre de 2011
Lentos y lentas
Cuando yo estaba en la escuela primaria, los lentos ya estaban francamente en extinción. No porque dejaran de ser rentables, de hecho, lentos y canciones melosas hubo y habrá siempre, sino porque en los boliches las tandas de lentos para bailar apretados y sudados estaban siendo abandonadas.
Pero, en los bailes de primaria la cosa era bien diferente.
Es más, casi todas las chicas estaban esperando ese momento, y los chicos... bueno, estaba dividido entre los que consideraban que la mejor forma de pasar un baile era transando con la chica que les gustara, y los que consideraban que lo mejor era armar un picadito con una latita abollada.
El DJ que se contrataba en la 12, era un chico de unos 19 años con verdes y espectaculares ojos. Nos tenía a todas estúpidas de lo lindo que era. Se ubicaba sobre el escenario del SUM y ahí ponía sus mesas. Las chicas se peleaban por subirse a bailar ahí.
La noche bailable propiamente dicha empezaba, invariablemente, con Start me up de los Rolling Stones. Luego de tandas variadas de cumbia, meneaítos y demases, llegaban por fin los acordes inolvidables de Don't Cry o alguna de Bon Jovi (Always creo que era mi preferida). Y las chicas empezábamos con las miradas perdidas bajo la luz ultravioleta, viendo quién nos invitaría a bailar. Los ojos se dirigían, más que nada, a un par de morochos cancheritos con menos seso que un ratón. No tenían muy buen gusto mis compañeras, la verdad.
Las parejas en la pista, bailaban tomados casi de las presillas de los pantalones. Al menos, hasta entrar en confianza y decidir irse a un lugar un poco más apartado para comenzar el intercambio de saliva.
Mi mirada, en cambio, estaba lejos. No estaba allí. El chico que me gustaba en la primaria, nunca, pero jamás, fue a un baile. Siempre me las ingeniaba para preguntar, en grupo, cosa de no levantar sospechas, si iría. Siempre contestaba "puede ser".
Entonces, yo allá iba, contenta de poder mostrarme sin el horroroso delantal blanco. Mal arreglada, pareciendo mucho mayor, insegura, incómoda. Una flor de pelotuda era en esa época. Ahora, por lo menos, soy pelotuda a secas.
Invariablemente, esperaba. E invariablemente el pibe nunca aparecía. Así que, durante los lentos (lentos que nadie me invitaba a compartir), yo soñaba despierta con esos ojos enormes, del color del tiempo, que hacían que le perdone hasta el hecho de ser rubio.
Nunca le dije que me gustaba. Jamás se enteraron mis compañeros de curso.
No está de más aclarar que tampoco me invitaban otros a bailar. En la primaria, yo había perdido mi nombre para pasar a ser "Gorda puta" (ya hubiera querido eso), "Gorda botona" (Acusamiento infundado, ya que la botonería no está entre mis vicios), "Gorda chupamedias" (Nuevamente infundado, no soy obsecuente) y así.
De modo que, durante los lentos, me dedicaba a hacer de terapeuta a todas las que quedaban consternadas porque el que les gustaba había invitado a otra.
Con el cambio a la secundaria no hubo mucho cambio. No había dinero para salidas, y yo estaba tal como la canción de Zambayonny muy bien describe: "incogible".
Luego, descubrí el tango. Y ahí el bailar pegado se transformó en magia.
Y los lentos quedaron guardados en el cajón de los recuerdos. No bailo uno desde mis 14 años. Alguna vez, como un acto de psicomagia, me gustaría desempolvarlos, bailarme unos desnuda y terminarlos de la mejor forma...
jueves, 1 de septiembre de 2011
Fito, te quedaste corto.
Junto conmigo subió un señor enyesado que conocía al mayorcito. Le ofrecieron sentarse, pero el señor lo rechazó. Ahí empezaron a hablar y pude enterarme de a retazos la historia.
Ellos pedían y vivían en la estación constitución. Estaban yendo a Retiro, porque allí, en teoría, a las 5, llegaría la mamá del más chico.
Ahí, el nenito empezó a contar que era de San Juan, que antes de Constitución vivía con la tía en Suárez, pero que la tía pegaba mucho. Especialmente, si no juntaba lo suficiente. Pegaba tanto que el más grande se asustó y ofreció a cuidarla. Sí, cuidarla. Era una nena, a la que, para minimizar los riesgos de abusos, su "padrino" había cortado el pelo y vestido como hombrecito.
Tenía mucha ilusión de volver a su casa. Les había costado mucho ubicar a la madre, contarle toda la historia, convencerla que realmente la tía era una pesadilla, que no era que la nena se portara mal, sino que no le estaban dando comida, no la estaban dejando ir a la escuela, etc.
El mayor, entre la narración al señor y pedidos de que se quede quieta, le decía a su protegida: "En tu casa vas a ir a la escuela, vas a ayudar a tu mamá con tus hermanitos y vas a estar bien, vas a poder jugar". La menor soñaba con esa vuelta a casa, a mamá, a esa misma casa que la había expulsado.
Y mandado lejos.
Llegamos a retiro, apenas podían con las bolsas, pero el señor enyesado les dio una mano. No pude ver, y jamás me enteraré, si la madre de la menor los estaba esperando realmente. Jamás me enteré si llegaron a una casa.
La duda que me quedará es si esa casa en San Juan era realmente un hogar, o si esa nena aprendió en la calle, por los cuidados que un nene apenas más grande que ella le dio, así, como pudo, para que el horror del desamparo sea menor horroroso.
EvaLilith
2011