domingo, 27 de mayo de 2012

Línea A

Viajé en el subte de la línea A, tren viejo, adelante de todo. Miré las vías, los cables, las luces, las bifurcaciones. Miré los extraños signos que parecen un juego de dominó, indicando momentos de frenada, supongo. Miré los semáforos que dan la señal para avanzar o detenerse, con su adjunto brazo que en otro momento sostuvo alguna banderita.
Cuando era chica, el subte era oscuro. Eventualmente, alguna claraboya permitía que ingrese algo de luz de la calle, pero salvo las estaciones y las luces del vagón, nada más se veía. Eso hacía del viaje una fascinante y algo aterrorizante experiencia... especialmente cuando en medio del recorrido, frenaba y se apagaban las luces. El tiempo quedaba suspendido y una ni se animaba a respirar.
Ahora, llenaron de tubos fluorescentes todo, le sacaron parte del misterio fantasmal que implicaba pasar por la estación que nunca fue tal, o apenas presentir los talleres.
Sin embargo, la línea A tiene algo de magia todavía. Algo de cosa retorcida, orgullo del siglo pasado. ¿Sabían que las distintas estaciones tienen azulejos de colores diferentes para que las personas analfabetas (antes más abundantes) supieran dónde bajarse? Las líneas curvas, las bifurcaciones, las vías que se separan y se vuelven a unir... los ojos que perciben los túneles como largos esófagos que tragan gente y ruido.



martes, 15 de mayo de 2012

Buena Chica...

La mejor forma de entrenar un perro es con comida y con mimos. Les generas el reflejo, primero chantajéandolo con algo que necesitan o les hace sentir bien... y luego ya ni es necesario ofrecer lo que necesitan. Con la palmadita en la cabeza y el "buena chica" alcanza.
Así es como algunos juegan a lanzar bolas imaginarias, que la perra, confiada, va a buscar. Se queda olfateando el aire, mirando para todos lados y completamente angustiada porque sintió que la que perdió esa bola fue ella. Vuelve con la cabeza gacha, se entera que es una broma y aliviada de su angustia, mueve la cola haciendo fiestas, esperando la palmadita y una pelota que mordisquear, tal como los gestos le han prometido.
Pero no, la bola no existe y ella sigue ahí jugando, esperando, ilusa.
Hasta que llega el día que muestra los dientes, le gruñe al hombre, le recuerda que tiene el poder para destruirlo y no lo usa por mera lealtad.No puede saberse qué ocurrirá en caso que la lealtad se le agote. Quizás simplemente se vaya y prefiera ser una vagabunda más, paseando al sol y buscándose la comida día a día. Quizás elija alguna acción un poco más violenta. Quizás nunca se le agote, y simplemente pierda interés en el juego, quedándose echada, muy quieta, en un lugar oscuro, hecha un ovillo, lamiéndose las patas.