domingo, 4 de diciembre de 2011

asma

Los días se repetían, impúdicos. El miércoles no ponía ningún reparo en ser tan igual al martes como dos gotas de agua puedan parecer al ojo inexperto. Era casi como el machacar de un amante aburrido con su hembra igualmente domada por el tedio.
El calor lo hacía todo mucho peor. Lo pringoso y húmedo del clima típico de esta ciudad volvía al tiempo un pegote desagradable, nauseabudo, lleno de todas las podredumbres que podría arrastrar el riachuelo. Eso sí, con la textura de la melaza.

Así estaba, con los pulmones llenos de pegote y apenas pudiendo expulsar el aire. Podría tranquilamente forzar su salida con un par de inhalaciones de corticoides. El puff a mano, por las dudas... pero sabiendo que no es sólo asma, no tendría mucho sentido.

Apagó la luz. Le pulsaba en las sienes y ya no era tolerable. Sus ojos se acostumbraron pronto a la oscuridad, los contornos de las cosas se volvieron tonos de azul, todo su ser cobró algo de felino agazapado.

La avenida regalaba bocinazos y arrancones, todavía. El ascensor iba y venía, sin parar en su piso. Alguien veía un noticiero. El aire ya no era melaza: había ascendido a alquitrán.

Finalmente, el ascensor paró y la vieja puerta de rejas se abrió despacio. Los pasos trastabillaron en el pasillo. Su corazón le dijo con una punzada que no quería estar allí, que llegaba obligado, que se fije en los detalles. Otra punzada y ya casi no había más aire para respirar, todo era arena.

Se abrió la puerta y entró el hombre con su traje de oficinista berreta. Prendió la luz desaprensivamente. Las sienes de la mujer se comprimieron. El hombre se acercó a saludarla cansinamente.

Ella encontró un dejo de aire al final del abismo, se paró, sonrió y preguntó "¿Qué querés que haga de cenar?" Una gota gélida resbaló por su nuca cuando se dio cuenta que había una pistola apoyándose contra su vientre.

EvaLilith
2011