viernes, 23 de septiembre de 2011

Plagiando

Una estrella,
dos estrellas,
tres estrellas caen en la noche.

Un deseo,
dos deseos,
tres deseos son murmurados con los ojos en alto.

Un beso,
dos besos,
tres besos son soplados al viento por las muchas mujeres que puedo ser.

Un cuento,
dos cuentos,
tres cuentos que contar cual Scherezada al Sultán.

Un camino,
dos caminos,
tres caminos que tomar.

Una puerta,
dos puertas,
tres puertas para siempre cerradas tras de mí.


EvaLilith
2011

viernes, 9 de septiembre de 2011

Viernes por fin



La semana había sido, como de costumbre, una sucesión de corridas de acá, para allá, de trabajo, de aburrimiento, de proyectos propios para los que el tiempo escaseaba.

Salir a las 19 del centro fue poco menos que la definición de aturdimiento. Gente, más gente, apretados, apiñados, sudorosos, masticando algunos, fumando otros. Un rebaño humano en el subte, otro rebaño humano en el tren. Caminar interminables cuadras en tacos altos hasta casa, hacer las compras para la cena, hacer un esfuerzo más para que los pasos suenen cantarines entre las veredas rotas del barrio.

Llegando a casa, una silueta masculina sentada con las rodillas recogidas en la puerta. Estaba oscuro, tardé en reconocerlo... un segundo menos que en sentir el estremecimiento que siempre acompañaba su vista o su recuerdo. Le pasé por el frente sin mirarlo casi, y desde dentro de casa lo invité a pasar.

Mi casa estaba vacía, completamente a oscuras. Yo no daba más del cansancio, dejé las bolsas en la cocina, guardé lo necesario en la heladera y me desplomé en el sillón, frente a la tele.
Él se acomodó en silencio a mi lado. Yo hice un poco más de zapping hasta encontrar una película que me agradaba para ver. Estaban dando Before Sunset. Excelente.

Le acaricié el rostro suavemente, y le indiqué para que se acomode ovillándose a mis pies. Quería despatarrarme en el sillón. Él entendió inmediatamente, y con mucho cuidado se arrodilló frente a mí. Callado, levantó la falda y bajó el coulotte de encaje que llevaba puesto. Con cuidado, sin quitarme los peep toes, me lo quitó. Entonces, acomodé piernas y tacos sobre su espalda, y simplemente me entregué a lo que su lengua jugaba entre mis piernas.

La larga falda negra cubría su cabeza casi totalmente. Yo sentía que estaba pasando mucho calor, sentía sus gotas de sudor resbalar entre mis muslos. Pero no importaba. El placer que me estaba dando hacía que mis talones se le clavaran en la cintura, patalearan un poco sobre su amplia espalda. Cambiaba el ritmo suavemente, muy atento a mi respiración y a los movimientos de los labios que seguía besando. Se ayudaba con las manos, para llevarme cada vez más lejos del cansancio, del hastío, de la bronca. Acabé una vez, inundándole la boca, pero eso no lo detuvo. Encontró otra vía para seguir teniendo a mi cuerpo en vilo, bloqueando a mi mente, que sólo podía mantenerlo ahí atrapado con mis rodillas, con mis pies golpeándolo, con la furia del placer. Una segunda y una tercera y creo que paré de contar ahí.
Lo sujeté del pelo, corrí su cabeza hacia atrás, haciendo que se vuelva a arrodillar en el piso. Le pedí que me quitara los zapatos, y una vez que hubiera hecho esto, con sus manos temblorosas, transpirado, agotado, lo puse con la frente tocando las frías baldosas.

Y volví a despatarrarme en el sillón, a ver el final de la película, que me encanta.

EvaLilith
2011


jueves, 8 de septiembre de 2011

Lentos y lentas

Cuando yo estaba en la escuela primaria, los lentos ya estaban francamente en extinción. No porque dejaran de ser rentables, de hecho, lentos y canciones melosas hubo y habrá siempre, sino porque en los boliches las tandas de lentos para bailar apretados y sudados estaban siendo abandonadas.


Pero, en los bailes de primaria la cosa era bien diferente.

Es más, casi todas las chicas estaban esperando ese momento, y los chicos... bueno, estaba dividido entre los que consideraban que la mejor forma de pasar un baile era transando con la chica que les gustara, y los que consideraban que lo mejor era armar un picadito con una latita abollada.


El DJ que se contrataba en la 12, era un chico de unos 19 años con verdes y espectaculares ojos. Nos tenía a todas estúpidas de lo lindo que era. Se ubicaba sobre el escenario del SUM y ahí ponía sus mesas. Las chicas se peleaban por subirse a bailar ahí.


La noche bailable propiamente dicha empezaba, invariablemente, con Start me up de los Rolling Stones. Luego de tandas variadas de cumbia, meneaítos y demases, llegaban por fin los acordes inolvidables de Don't Cry o alguna de Bon Jovi (Always creo que era mi preferida). Y las chicas empezábamos con las miradas perdidas bajo la luz ultravioleta, viendo quién nos invitaría a bailar. Los ojos se dirigían, más que nada, a un par de morochos cancheritos con menos seso que un ratón. No tenían muy buen gusto mis compañeras, la verdad.


Las parejas en la pista, bailaban tomados casi de las presillas de los pantalones. Al menos, hasta entrar en confianza y decidir irse a un lugar un poco más apartado para comenzar el intercambio de saliva.


Mi mirada, en cambio, estaba lejos. No estaba allí. El chico que me gustaba en la primaria, nunca, pero jamás, fue a un baile. Siempre me las ingeniaba para preguntar, en grupo, cosa de no levantar sospechas, si iría. Siempre contestaba "puede ser".


Entonces, yo allá iba, contenta de poder mostrarme sin el horroroso delantal blanco. Mal arreglada, pareciendo mucho mayor, insegura, incómoda. Una flor de pelotuda era en esa época. Ahora, por lo menos, soy pelotuda a secas.


Invariablemente, esperaba. E invariablemente el pibe nunca aparecía. Así que, durante los lentos (lentos que nadie me invitaba a compartir), yo soñaba despierta con esos ojos enormes, del color del tiempo, que hacían que le perdone hasta el hecho de ser rubio.

Nunca le dije que me gustaba. Jamás se enteraron mis compañeros de curso.


No está de más aclarar que tampoco me invitaban otros a bailar. En la primaria, yo había perdido mi nombre para pasar a ser "Gorda puta" (ya hubiera querido eso), "Gorda botona" (Acusamiento infundado, ya que la botonería no está entre mis vicios), "Gorda chupamedias" (Nuevamente infundado, no soy obsecuente) y así.


De modo que, durante los lentos, me dedicaba a hacer de terapeuta a todas las que quedaban consternadas porque el que les gustaba había invitado a otra.


Con el cambio a la secundaria no hubo mucho cambio. No había dinero para salidas, y yo estaba tal como la canción de Zambayonny muy bien describe: "incogible".


Luego, descubrí el tango. Y ahí el bailar pegado se transformó en magia.


Y los lentos quedaron guardados en el cajón de los recuerdos. No bailo uno desde mis 14 años. Alguna vez, como un acto de psicomagia, me gustaría desempolvarlos, bailarme unos desnuda y terminarlos de la mejor forma...




jueves, 1 de septiembre de 2011

Fito, te quedaste corto.

Viajaba en un 59, de Constitución a Retiro. Hora pico, colectivo lleno. Compartiendo uno de los asientos delanteros, había dos chicos, claramente, en situación de calle. Uno tenía unos 12 años, y el otro, una edad indefinible entre 6 y 8. Llevaban dos bolsas de consorcio repletas con lo que parecía ser ropa.

Junto conmigo subió un señor enyesado que conocía al mayorcito. Le ofrecieron sentarse, pero el señor lo rechazó. Ahí empezaron a hablar y pude enterarme de a retazos la historia.

Ellos pedían y vivían en la estación constitución. Estaban yendo a Retiro, porque allí, en teoría, a las 5, llegaría la mamá del más chico.

Ahí, el nenito empezó a contar que era de San Juan, que antes de Constitución vivía con la tía en Suárez, pero que la tía pegaba mucho. Especialmente, si no juntaba lo suficiente. Pegaba tanto que el más grande se asustó y ofreció a cuidarla. Sí, cuidarla. Era una nena, a la que, para minimizar los riesgos de abusos, su "padrino" había cortado el pelo y vestido como hombrecito.

Tenía mucha ilusión de volver a su casa. Les había costado mucho ubicar a la madre, contarle toda la historia, convencerla que realmente la tía era una pesadilla, que no era que la nena se portara mal, sino que no le estaban dando comida, no la estaban dejando ir a la escuela, etc.

El mayor, entre la narración al señor y pedidos de que se quede quieta, le decía a su protegida: "En tu casa vas a ir a la escuela, vas a ayudar a tu mamá con tus hermanitos y vas a estar bien, vas a poder jugar". La menor soñaba con esa vuelta a casa, a mamá, a esa misma casa que la había expulsado.

Y mandado lejos.

Llegamos a retiro, apenas podían con las bolsas, pero el señor enyesado les dio una mano. No pude ver, y jamás me enteraré, si la madre de la menor los estaba esperando realmente. Jamás me enteré si llegaron a una casa.

La duda que me quedará es si esa casa en San Juan era realmente un hogar, o si esa nena aprendió en la calle, por los cuidados que un nene apenas más grande que ella le dio, así, como pudo, para que el horror del desamparo sea menor horroroso.



EvaLilith
2011