En el camino, me resonaba la frase. Las minas... ¿realmente nos quedamos con el que nos coge bien? ¿O sería más exacto decir que nos quedamos con el que nos da placer, en todos sus aspectos?
Revisé mi historia personal. Está bien, yo admito que para mí, el buen sexo es fundamental. Entenderme con el otro en esa comunicación no verbal, es precioso. Y poder hablar libremente, experimentar, y demases... todavía más. Estaba, dentro de los casos que yo podía manejar, el terrible problema que yo no me quedo con nadie. Es decir, ni siquiera en las escasas relaciones de más de 6 meses que tuve (creo que fueron 2) elegí quedarme. Siempre estoy moviéndome, figurita repetida no completa el álbum.
Bueno, hay alguna excepción. Ahora, en un permanente combate, estoy eligiendo quedarme. Pero no sé si cuenta mucho el caso, porque elegí quedarme ANTES de haber tenido sexo. Así no sirve para la estadística.
Llegando a casa, hablé con un par de amigas. Y los resultados fueron muy contradictorios. En relaciones ponzoñosas, el sexo entendido como "bueno" era un ingrediente fundamental. Pero luego de un proceso interno, y de un par de amantes buenos en serio, las que habían pasado por eso se daban cuenta que en realidad, no era tan bueno el sexo enfermizo. Porque el respeto por el otro y sus particularidades es un ingrediente fundamental (en algunos casos más difícil de ver) para el buen sexo, para el sexo libre, festivo, loco, liberador, comunicativo, etc.
Pasé casi dos años pensando que había encontrado al mejor amante posible. Unos cuantos muchachos después, encontré una clave que antes me había pasado desapercibida: cuanto menos prejuicios de género hay, menos ideas preconcebidas sobre roles, sobre lo que es una "buena chica" se tienen, mejor. No importa la técnica, el aguante, la experiencia: si el trasfondo implica algún tipo de prejuicio negativo sobre el tema, se nota. Hasta diría que ni siquiera un lazo afectivo puede cubrir estas grietas.
Obviamente que no descubrí Roma.
Obviamente que tengo que admitir que no podría quedarme con alguien que no me diera (y a quien no diera) el más delicioso de los placeres.
Pero entendiendo la trampa triste en que ese amante se había metido por su forma de pensar, por qué y cómo le dolía, pude evadir la trampa del rencor (que es una en la que caigo seguido), y, especialmente, de la trampa triste de pensar que puedo ser yo la que llegue a la vida de nadie a romperle los prejuicios.
Ya estuve ahí, y no se lo recomiendo a nadie... pocas cosas son más duras de quebrar sin terminar una quebrada.